Millones de africanos sufren guerras y hambrunas desde hace años, ante la pasividad de la comunidad internacional y el olvido de sus ciudadanos.

Reproducimos la entrevista realizada por la agencia Zenit a Rodolfo Casadei, periodista italiano que acaba de presentar en "Meeting" –unas jornadas culturales y festivas organizadas por el grupo católico Comunión y Liberación- un estudio en el que aporta las claves para afrontar los conflictos en el continente africano. Casadei es coautor del citado estudio con Martino Chieffo.

Sr. Director:

El multitudinario "Meeting" organizado en Rímini (Italia) por Comunión y Liberación ha sido el escenario para la presentación de un estudio en el que se presentan las claves para superar los conflictos que desangran las tierras africanas.

"África: conflictos olvidados y constructores de paz" ("Africa: conflitti dimenticati e costruttori di pace", editorial AVSI), ha sido escrito por los italianos Rodolfo Casadei y Martino Chieffo.

El volumen hace un análisis crudo y preciso de los motivos que explican los conflictos en el continente africano, pero deja espacio a la esperanza de un futuro de paz y desarrollo.

Rodolfo Casadei, uno de los máximos expertos en cuestiones africanas en Italia, explica en esta entrevista concedida a Zenit las conclusiones a las que ha llegado al redactar el estudio.

-¿Cuáles son, según su análisis, las causas de los conflictos en África?

-Casadei: Hay que ser claros: es necesario decir que no son creíbles las explicaciones más difundidas: la que identifica la causa de las guerras africanas en el tribalismo africano y la que las explica con las interferencias de los intereses externos neocoloniales en África.

Ambas explicaciones, si bien de origen político opuesto, provienen del mismo paradigma racista: el paradigma del hombre africano eterno niño. Paradigma que sirvió para justificar la necesidad del colonialismo, pero también para promover un paradigma progresista que ve en el blanco a un eterno culpable y en el africano a un eterno inocente.

-Entonces, ¿cuáles son las auténticas causas?

-Casadei: Innumerables. Trataré de citar algunas. La primera tiene que ver con la economía tradicional africana, que tiene una productividad bajísima. La falta de productividad favorece la tendencia a apropiarse del producto del otro para compensar la escasez del propio producto.

La esclavitud es favorecida por la economía de subsistencia, pues la posesión de esclavos permite aumentar la productividad doméstica. De hecho, algunas guerras entre vecinos buscan adquirir esclavos.

Luego está la composición de la población, en particular las clases de edad: los conflictos son más fuertes donde más alta es la incidencia de los jóvenes. La edad media del África subsahariana es de unos 17 años. La edad media en Italia es de 40,2 años, y a nivel mundial la edad media es de 26,5 años. En una sociedad en la que el poder es monopolizado por los ancianos, la guerra se convierte en un medio de escalada social para los jóvenes.

Se da también la polarización entre grupos de población, por ejemplo, los conflictos entre los que cultivan la tierra y los ganaderos. En las estaciones de sequía, que son frecuentes, los pastores invaden las tierras de los campesinos, y viceversa, con conflictos perennes.

-Y, en el nuevo contexto mundial, ¿cuáles son las causas de los nuevos conflictos africanos?

-Casadei: El problema central es la crisis del estado moderno asistencialista africano. Cuando el Gobierno no puede distribuir a diestra y siniestra los recursos entre los grupos étnicos y grupos de presión sustituye la política de las armas por las armas de la política.

Por desgracia, los recursos se han terminado a causa del final de la guerra fría, del descenso de los precios de materias primas y sobre todo a causa de la falta de utilización e inversión de las ayudas financieras sobre el territorio.

Según la ONU, la cantidad de capitales exportados ilegalmente de África es equivalente a más de la mitad de toda la deuda exterior africana.

Muchas de las divisas que han llegado a África gracias a los préstamos internacionales o a la exportación de productos petroleros han sido absorbidas por cuentas en bancas de Suiza, Inglaterra, de paraísos fiscales o invertidas en propiedades inmobiliarias en el extranjero.

De este modo, dado que se ha derrumbado la capacidad de distribuir recursos, se ha derrumbado el estado africano.

La crisis de esta concepción del estado ha llevado al poder a una nueva élite política, la de los "señores de la guerra". Se trata de "empresarios político-militares", que utilizan la guerra como medio para sacar provecho en términos de poder o de riquezas.

-¿Quiere decir que hay gente que invierte en la guerra?

-Casadei: Exactamente. Se trata de empresarios que invierten dinero en armas y soldados (hombres y niños), una inversión arriesgada pero de una grandísima rentabilidad. En los años noventa, tuvimos señores de la guerra en Liberia, Sierra Leona, Somalia y Angola

Al inicio del siglo XXI, tenemos jefes de estado mayor que se han transformado en señores de la guerra, como es el caso de las dos guerras del Congo, en las que se han apoderado los recursos del antiguo Zaire.

-¿Qué solución presenta ante una situación tan dramática?

-Casadei: La medicina contra la guerra es el desarrollo económico y humano. Las condiciones para alcanzar este desarrollo son varias: la primera es ofrecer la posibilidad de dejar espacio y desarrollarse a la sociedad civil africana y al mundo de la cooperación internacional.

La segunda, es la evolución político-económica que lleva al estado moderno, el estado de derecho, tras el fracaso poscolonial.

Cooperación y seguridad pueden garantizarse con un pacto de colaboración entre África y Europa. A Europa le corresponde comprender la importancia estratégica de un nuevo pacto de colaboración.

Cuando África no pueda garantizarla, deberían intervenir formas de tutela internacional. Allí donde la supervivencia de grupos humanos enteros corre peligro y la perspectiva de desarrollo queda totalmente comprometida, la injerencia humanitaria no sólo es lícita, sino que es un deber.

ZENIT.org