Me alegro mucho de que el serbio Radovan Karadzic sea juzgado por sus crímenes de guerra. A este tipo de políticos que dan órdenes y no se manchan las manos les considero casi peor que las bestialidades de su militar favorito, Ratko Mladic, quien sí se manchaba las manos en la carnicería.
Sin embargo, se me ha encendido la luz roja cuando he escuchado eso del "Centro de Detención de Naciones Unidas".
El derecho internacional es uno de los grandes inventos de finales del siglo XX. La ONU, como ente supranacional, se encarga de juzgar y poner en su sitio a unos miserables que por imposibilidad de hacerlo en sus países actúan con la mayor impunidad.
Ahora bien, es sabido que la corrupción de lo mejor es lo peor. Y dada la ideología que controla Naciones Unidas, es como para echarse a temblar.
Insisto en que no es por dar ideas, pero toda la arquitectura de los derechos humanos se está realizando contra el Cristianismo (como demuestra el espléndido libro reseñado días atrás) y contra la vida (derechos reproductivos), con un odio al hombre muy propio del Nuevo Orden Mundial. Y no sería de extrañar que a alguna brillante cabeza progresista se le ocurriera llevar ante el Tribunal de la Haya al Vaticano por homofobia, a cualquier cristiano por creer en lo indemostrable, a otro cualquiera convencido de cualquier cosa por intolerancia o a cualquier mujer que pretenda ser madre por insolidaridad frente al cambio climático y el hambre en el mundo. Todo es cuestión de empezar, especialmente la demencia.
Por otra parte, el derecho internacional siempre se aplica a posteriori, con lo que más parece venganza que justicia. Nuestro nunca bien loado juez Baltasar Garzón, el hombre que mejor mira a la cámara de soslayo, la toma con el Pinochet caído, no con el Pinochet en ejercicio. No sienta en el banquillo a Fidel Castro, sino a tiranos retirados. Nadie osa llevar a los tribunales a la tiranía china por crímenes contra la humanidad, que no pueden ser más patentes, o al rey Abdalá de Arabia Saudí, nuestro proveedor favorito de petróleo. Es más, les honramos con largueza. Y claro, eso de pisarle el rabo al león después de muerto no vale.
Eulogio López