Salvo en una economía financista -justo la que sufrimos-, una recesión económica no consiste en que las bolsas caigan sino en que la economía no crezca y no cree puestos de trabajo. A ver, repitamos todos: quien invierte o especula en bolsa es porque ya ha cubierto todas sus necesidades primarias y le sobra algo, o mucho, para vivir de las rentas.

Por tanto, como el problema no es la bajada de las bolsas ni la solvencia de los bancos, la solución a la crisis no pasa por capitalizar los puñeteros bancos, ni por inyectar más dinero en los mercados, hoy dedicados al noble deporte de asfixiar a la economía productiva. Caen los mercados porque no pueden seguir exprimiendo a una economía languideciente. A quien tiene hambre no se le receta deporte y vida sana, se le da de comer.

La solución erradica en hacer crecer a la economía. ¿Y por qué no crece la economía? Pues porque los mercados financieros drenan todo el ahorro que debía dedicarse a apoyar a las empresas, ciertamente, pero, sobre todo, porque el consumo se ha despeñado. Sin consumo no hay venta, sin venta no hay producción, sin producción no se crean puestos de trabajo.

Sin embargo, los poderosos del mundo -por ejemplo el G-20- que hay que coordinarse para apoyar a los mercados financieros. Y la directora del FMI, Christine Lagarde -otra que se está cubriendo de gloria- asegura que estamos peor que cuando cayó Lehman. Desde luego, la crisis ha ido a peor porque los líderes mundiales no han comprendido que hay que hacer justamente lo contrario de lo que están haciendo: en lugar de reforzar la economía financista hay que huir de ella. Hay que dejar quebrar a los bancos quebrados en lugar de salvarlos (un dato, Irlanda, uno de los países rescatados, se ha gastado ya el 20% de su PIB, sí, han leído bien, en salvar a sus bancos: ¿hasta cuándo?), no hay que inyectar dinero en los mercados financieros por su voracidad es insaciable y, al final, ese dinero nunca llega a la economía real. A quien hay que ayudar es a que repunte el consumo: subir los salarios, sobre todo los bajos, reducir impuestos -todos no se puede, dado que estamos en el fondo del pozo- pero sí los impuestos laborales, los que gravan el empleo, sobre todo a la pyme y al autónomo.

¿Por qué los prohombres del mundo, que saben más de economía que yo, se obstinan en caminar en dirección opuesta a la salida? Pues porque no han comprendido que esto no es una crisis económica, sino moral. Los mercados financieros se han convertido en un pecado social, donde se prima al dinero en lugar de al hombre, sujeto, objeto, de la economía.

El axioma económico de la economía financista, es decir, de estos grandes hombres, es decir, de la economía del siglo XXI, la que subyace tras la presunta modernidad capitalista, es el siguiente: no importa que las economías familiares vayan mal si la economía global -ya ni tan siquiera las economías nacionales- marchan bien.

Para mí que el G-20 debería leer la encíclica Dios es amor, de Benedicto XVI.

Eulogio López

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