Día de los todos los santos -1 de noviembre- y día de difuntos -2 de noviembre-. El primero es el recordatorio de todos aquellos santos no canonizados, así como de la aspiración a la perfección que debe anidar en todo cristiano: "sed perfectos como Vuestro Padre Celestial es perfecto".
El segundo es mucho más popular, por la sencilla razón de que la civilización comienza, aseguran los antropólogos, cuando una sociedad empieza a honrar a sus difuntos. Para el cristiano la muerte es el comienzo de la vida eterna y, ontológicamente, la muerte es la separación del cuerpo y del alma que lo anima. Vamos, que doña Mariló Montero se equivocó como se equivocan los sesudos científicos que no quieren hacer tragar la patraña del alma neuronal, es decir, del espíritu material, una contradicción en sus propios términos. Una patraña presuntamente científica, aún más delirante que la del alma traspasada a través del miembro trasplantado.
El problema llega cuando nociones tan básicas, patrimonio de Occidente, como el sentido de la muerte y la comprensión del ser anfibio compuesta por espíritu y materia, que hace 50 años comprendía cualquier iletrado, hoy se enreda en las mentes más forzadas como una retorcida viruta.
Eulogio López
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