Juan Pablo II murió cuando ya había nacido el domingo de la Divina Misericordia, creo, no soy un experto, la única fiesta litúrgica nacida en el siglo XX, una centuria especialmente homicida. Es como si tuviéramos una última oportunidad para acogernos a la piedad divina, que no a su justicia. Soy un ‘fan' de Karol Wojtyla, así que me siento incapaz de resumir su trayectoria en este tercer aniversario que el muy ‘jetas' lleva viviendo en el Cielo (no, no es un lugar, pero se vive allí, y bastante bien) y por tanto me voy a acoger a una de sus muchas ideas, en concreto alrededor de la mujer.

El feminismo lleva 50 años gritando que la mujer, en el matrimonio o la pareja, no debe estar sometida al varón. El machismo -que ya no es una realidad defendida sino ejercida- piensa lo contrario: que la mujer debe estar sometida al varón. Sería de esperar que un maestro moral como Wojtyla se fuera a mitad de camino: libertad para ambos cónyuges o compromisarios. Pero no: la mitad del camino no tiene por qué ser el punto medio, ni el punto medio tiene por que ser la verdad. Juan Pablo II se fue más acá y decidió que, en lugar de liberar a ambos lo que hay que hacer es someter a los dos: sumisión recíproca: el esposo es propiedad de la esposa y ésta de aquél. Están sometidos al otro, esclavizados al otro, dependientes del otro. Lógico, la libertad no está para guardarla sino para ejercerla, y con su ejercicio se gasta. El marido ejerce la suya entregándose, todo entero, a la mujer, y ésta hace lo propio con el esposo.   

Así si se entiende, no sólo el matrimonio y la familia, sino el amor.

Eulogio López

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