El feminismo lleva 50 años gritando que la mujer, en el matrimonio o la pareja, no debe estar sometida al varón. El machismo -que ya no es una realidad defendida sino ejercida- piensa lo contrario: que la mujer debe estar sometida al varón. Sería de esperar que un maestro moral como Wojtyla se fuera a mitad de camino: libertad para ambos cónyuges o compromisarios. Pero no: la mitad del camino no tiene por qué ser el punto medio, ni el punto medio tiene por que ser la verdad. Juan Pablo II se fue más acá y decidió que, en lugar de liberar a ambos lo que hay que hacer es someter a los dos: sumisión recíproca: el esposo es propiedad de la esposa y ésta de aquél. Están sometidos al otro, esclavizados al otro, dependientes del otro. Lógico, la libertad no está para guardarla sino para ejercerla, y con su ejercicio se gasta. El marido ejerce la suya entregándose, todo entero, a la mujer, y ésta hace lo propio con el esposo.
Así si se entiende, no sólo el matrimonio y la familia, sino el amor.
Eulogio López
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