Sólo hay dos religiones, dos cosmovisiones, dos filosofías: panteísmo y cristianismo. Incluso podría decir que la historia de las herejías no es más que las diversas caras que adopta el panteísmo en su pugna contra la Iglesia.

Pues bien, el nuevo rostro del panteísmo, esto es, el nuevo ataque filosófico contra el cristianismo es el alma neuronal, una chorrada que se resume en el título de un libro de éxito: El alma es el cerebro. En distintas ocasiones he propuesto que a don Eduardo Punset, autor del ‘best-seller', me le extraigan el cerebro, al que adosaríamos un aparato locomotriz, sensores sustitutivos de los sentidos y un metabolismo digestivo –todos ellos elementos a disposición de cualquier aventurero de la ciencia- para comprobar si el engendro resultante seguía siendo el Punset, pero don Eduardo no parece estar por la labor de demostrar la científica y definitiva verdad del alma neuronal, el concepto más de moda para todos los papanatas cientifistas del momento.

Al final, el alma neuronal no es otra cosa que el materialismo más vulgar, que trata de explicar la existencia de ese ser irrepetible llamado hombre  prescindiendo de su espíritu, lo cual supone -reconozcámoslo, en justo tributo a nuestros panteístas- una tarea de titanes. Sobre todo, si consideramos que el conjunto de nuestras células se renuevan su totalidad en un periodo de entre dos y siete años, por lo que tiene que haber un algo, no material, que sea lo que hace que Pepe continúe siendo, a los 60 años, el mismo Pepito que a los cinco, con su identidad incólume, aunque con unos centímetros más de barriga. Es lo que llamamos espíritu, alma, personalidad, psique, psicología, sensibilidad, etc, que soporta el paso del tiempo mucho mejor que la materia, en perpetua transformación y, por tanto, carente de identidad. Algo, en suma, inmaterial.

Y esto no significa creer en Dios, sino en lo espiritual, que es cosa distinta. Lo que ocurre, y los panteístas lo saben, es que cuando el sentido común nos lleva al reconocimiento de la existencia de algo espiritual en el hombre, persistente a la mudable materia, cuando aceptamos que el hombre es un anfibio de espíritu y cuerpo, el segundo escalón es evidente: si existe un ser que es anfibio de espíritu y materia, y si existen seres que son sólo materia, ¿por qué no va a existir un ser, o muchos seres, que sean sólo espíritu, sin materia?

Pero volvamos a Punset. Como la necedad es contagiosa, con tal de prescindir de Dios, los panteístas catódicos, por ejemplo don Eduardo, no se conforman con la memez del alma-cerebro o  del alma neuronal, sino que atacan a las consecuencias directas de la casi evidente y casi palpable –y desde luego razonable- existencia del alma espiritual. Porque claro, ¿qué es lo que hace el espíritu, el alma? ¿A qué se dedica? Pues, principalmente, nuestra alma humana espiritual emplea su tiempo en dos actividades: conocer y amar (algunas se dedican a evitar todo tipo de conocimiento y a odiar, pero eso es harina de otro costal). Así que a los panteístas les ha dado –forever and ever- por negar el amor –negar el conocimiento del alma podría ser peligroso para su imagen pública-. Estaban a obligados a ello.

Y ahí tienen a don Eduardo, en portada El Semanal (ese suplemento del grupo Vocento que, a costa de regalarse los domingos con los diarios de todo el grupo, se ha convertido en el producto informativo más vendido de España): "El amor es puro instinto de supervivencia": ¡Malos tiempos para la lírica, muchachos!

Ahora bien, si sólo contamos con un conjunto de feísimas neuronas, lo lógico es, efectivamente, esta "grossen chorradem': el amor entre dos seres humanos es mero instinto.

O sea, que cuando la mamá de Punset le cambiaba los pañales a Eduardito, para quitarle la caquita -otro producto celular imprescindible para la subsistencia del ser humano- no estaba mostrando su amor, que no existe, por Eduardito-bebé, sino que estaba desarrollando su instinto. Es más, El Semanal nos explica "los últimos descubrimientos de la neurología sobre el enamoramiento". Me encanta Punset porque está a la última: siempre llega acompañado de los "últimos descubrimientos".

Y como la estupidez es muy previsible, estoy seguro que los ‘neuroanímicos' explicarán el siempre desagradable y oloroso cambio de pañales de un Eduardito berreón a costa de su señora madre en el "instinto gregario". Ahora bien, el instinto es, por definición, individual. Hasta cuando hablamos de instinto gregario nos referimos a la tendencia del individuo a refugiarse en el colectivo para protegerse… para protegerse él, no para proteger al colectivo. Por tanto, una de dos: o la madre de Eduardito era masoca o estaba contradiciendo todas las teorías que con tanta brillantez su retoño desarrollaría años después. Porque no podemos aceptar que la mamá de Eduardito le cambiara los pañales y le diera pecho a su rorró porque, otro misterio de la ciencia, sencillamente amaba a su hijo y estaba dispuesta a entregar su vida, su tiempo, su paciencia y su olfato, por aquel enano, sin importarle un pimiento las últimas investigaciones neuronales. Es decir estaba practicando algo tan antiguo como la civilización del amor, que es el mandamiento que la Iglesia opone a la muy neuronal alma… de las narices.

Como guinda de la tarta, nos queda el otro problemilla de los neuroanímicos: la libertad. Porque claro, si el amor no es más que reacción química, obediencial, a instinto, ¿dónde queda la libertad humana? Y ahora que lo pienso: todas las tiranías no son más que una negación de la libertad individual, generalmente justificadas en nombre del instinto gregario, del colectivo humano, de la humanidad. Pero debe tratarse de una pura coincidencia.

Eulogio López