Aunque de vez en cuando se oyen declaraciones singulares, incluso de altos dignatarios eclesiales, sobre el comienzo de la vida humana, la Academia Pontificia para la Vida ha vuelto a insistir: la vida comienza con la fecundación. Zenit ha recogido las conclusiones del congreso organizado por la Academia Pontificia para la Vida. En él queda claro que la vida comienza en el momento de la concepción y se prolonga hasta la muere natural, todo lo que salga de ahí sale de la fe y de la ciencia ambas pensadas por el hombre-. Los argumentos, en este caso científicos, no doctrinales los expone la Academia Pontificia para la Vida, aunque algunos no se hayan enterado. Y no importa que alta canonjía diga lo contrario. Recordemos que el Magisterio de la Iglesia lo marca el Papa o los obispos en comunión con el Papa. No olvidemos la coletilla. En comunión con el Papa. Si existen discrepancias, ya sabemos a qué atenernos.

En cualquier caso, las palabras más definitorias las ha pronunciado, una vez más, ese pensador con alma de periodista dada su capacidad de síntesis- que es Benedicto XVI, quien resumió toda la doctrina cristiana sobre el comienzo de la vida en una frase definitiva, asequible a todas las mentalidades y a todas las definiciones: Dios ama al embrión.

Sólo una apreciación más: hablamos de vida, cuando esta nobilísima expresión no deja de ser una trampa saducea de todos los que juegan a la confusión. Vida hay en el espermatozoide y en el óvulo, como la hay en una rama de árbol. Persona sólo cuando se unen la dotación genética del varón y de la mujer. Por eso una masturbación, o el uso del condón, es un pecado, mientras que con la manipulación del embrión o el aborto alcanzamos el grado de homicidio, que es un poquito más grave. Y la razón de esta gradación de gravedad es muy sencilla en la vida cotidiana: si le arrancamos la rama de un naranjo a un agricultor, se irritará con nosotros levemente; si le arrancamos el árbol se cabreará con nosotros profundamente. Pero los académicos lo explican mucho mejor que yo.