El martes 14 de agosto se celebra la festividad del franciscano polaco Maximiliano Kolbe : misionero, editor, creador de la milicia de la Inmaculada (nótese que todos los misioneros modernos se aferran a la Virgen María, como si se tratara de la última tabla de salvación que le queda a una humanidad que ha dejado de creer en Dios y cada vez cree más en Satán), prisionero en el campo de Auschwitz, que dio su vida por el sargento y padre de familia Francisco Gajownizek, al aceptar las SS su oferta de ofrecer su vida por la del condenado. El sargento franciscano sobrevivió y estuvo en la beatificación de Kolbe. Era, en verdad, un cristiano del siglo XXI: apóstol comprometido.
Pero durante mi visita a Auschwitz me enseñaron la celda de castigo donde encerraron a Kolbe y tuve que revisar mi memoria. Yo pensé que Kolbe había muerto en la cámara de gas, con esos aproximadamente 15 minutos de agonía que sufrían los presos. Pero no. Los nazis eran mucho más refinados. Condenaron al padre Kolbe a morir de hambre, encerrándole en una celda de 2 metros por uno y medio, en el verano polaco, donde se lo puedo asegurar, también se siente el calor. El problema es que, dos semanas después, el padre Kolbe, agonizante, no había muerto, así que, necesitados del habitáculo, decidieron ponerle una inyección en el corazón.
Así, el misionero editor pudo morir, al fin. Seguramente fue toda una liberación para él, pero fue una muerte sobrevenida por mano ajena, no solicitada por él mismo. Por eso, porque no fue eutanasia, Kolbe tuvo la muerte más digna del mundo, a pesar del ensañamiento de sus verdugos que no se conformaron con que sufriera durante 15 minutos y prefirieron verle demacrarse durante 15 días.
Eulogio López