El problema de Carme Chacón es que es muy frívola. Su frivolidad es lo que ha permitido a medios maliciosos -es decir todos- hostiles al Gobierno -pocos- a cachondearse sobre la luz al final del túnel: al final, se ha dejado ver la política de defensa de la primera ministra de Defensa de Zapatero: los uniformes de las militares, cuestión absolutamente prioritaria.

Y así, mientras a la opinión pública se le hurta o minimizan los ataques a los soldados españoles en Afganistán, o que la dictadura marroquí de Mohamed VI considera que el plan para tomar Ceuta y Melilla comienza a madurar. El plan es, por si alguien no lo sabe, de lo más sencillo: introducción de civiles afectos al rey de Marruecos aunque no tengan nacionalidad española e introducción de españoles de origen marroquí -nacidos en Ceuta y Melilla tras esa introducción civil, y que ya constituyen la tercera parte de los soldados españoles en las dos ciudades africanas. Soldados que, como tantas veces en nuestra historia en Marruecos y en el Sahara, volverán a traicionarnos.

¿Cuál será el momento elegido por Mohamed VI para dar el zarpazo? En cuanto la derecha regrese el poder, y una vez que ZP ha convertido a España en un don nadie en la esfera internacional, momento en el que Estado Unidos -republicano o demócrata, que lo mismo da a estos efectos- se declarará neutral en el conflicto y recordará que Ceuta y Melilla no forman parte de las responsabilidades de la OTAN. Será un zarpazo cívico-militar: se rebelarán las civiles, que ya controlan barrios enteros de las dos ciudades, y los militares se negarán a reprimirlos, mientras nuevas marchas verdes o nuevas perejiladas surgirán espontáneamente del pueblo marroquí.

Pero ni Afganistán, ni el Líbano, ni Marruecos constituyen las prioridades de la señora ministra. La prioridad. Dentro de la estrategia de "acercar el Ejército a la sociedad" -para mí que más que acercarse se han fusionado- es adaptar los uniformes al personal femenino de las FFAA y acabar, de una vez por todas, con el machismo indumentario, instrumento de dominación atávico del varón sobre la hembra. Y, de paso, podemos jugar a diseñadores, que siempre es muy molón.

Si la señora ministra no fuera tan frívola adquiriría sanos hábitos. Por ejemplo, el de escuchar a la gente, empezando por los militares que le rodean. Es curioso: no creo que exista en la España actual ningún colectivo profesional, incluso vocacional, más deprimido que el de los militares. Alguna razón habrá para ello, digo yo. La inmensa mayoría de los españoles comentan en bares, playas y centros de trabajo que el Ejército ya no es lo que era, y una minoría, al parecer más informada, confiesa que, sencillamente, el Ejército ha dejado de existir. Queda la momia progre, el efecto burocrático, porque ya saben que los organismos y las instituciones nacen, pero nunca mueren: sobreviven por inercia y a mayor gloria del gasto público.

En este caso se produce una curiosa reacción causa efecto, que tomó cuerpo cuando el Partido Popular (sí fue Aznar, no el PSOE) decidió suprimir la conscripción obligatoria. Sé que no existe mili obligatoria en otros países de Occidente, pero es que se trata de países cuyo patriotismo no está en duda y cuyo sentido de nación no es discutida cada día. Por ejemplo, Estados Unidos o el Reino Unido.

No es el caso de España, donde a pesar de reducir el Ejército profesional a la mínima expresión apenas se cubre el cupo, y para llenarlo se precisa de soldados extranjeros, muchos de ellos mercenarios, porque su amor a España y la defensa nacional no tienen carácter vocacional sino profesional, se termina en el salario.

Replantearse la mili obligatoria -y el servicio social sustitutorio para pacifistas- no sería ninguna tontería. Para España, sería una maravilla. En primer lugar, porque con la supresión de la mili el adolescente español ha perdido el formidable concepto de devolverle al país algo de lo que el país me ha dado. Nuestros jóvenes viven como si no le debieran nada a nadie, lo que cual es malo por dos razones: Es falso y es egoísta.

Pero es que, además, si se replantea la mili obligatoria nos encontraríamos frente a una curiosa mezcla de causa y efecto. Nuestros adolescentes, supongo que como producto de un sistema educativo progresista, es decir, absolutamente idiota, han perdido la virtud de la disciplina, del respeto a la autoridad. Por eso se han disparado la violencia, y hasta los homicidios provocados por adolescentes. Al mismo tiempo, con ánimo no menos idiota, la sociedad ha aplaudido ese desmenuzamiento de la autoridad... y ahora tiene miedo porque la única ley que admite la nueva generación es la ley de la selva, la que se impone por las fuerzas.

Los jóvenes no admiten autoridad alguna y en los propios cuarteles las órdenes se postulan como mohines versallescos. Por tanto, la mili obligatoria sería ahora tan aconsejable como difícil de ejecutar: porque se ha perdido todo sentido, no de disciplina, sino de autoridad, que no es más que el mejor reconocimiento de la excelencia y de la necesidad de atender y obedecer a quien nos supera en experiencia y en sabiduría. Como recomendaba Sana Teresa a sus prioras: ser amadas para ser obedecidas. Ahora bien. El actual discente no acepta superioridad alguna, al grito de todos somos iguales y tú no eres quien para enseñarme a mí, entonces no hay manera de que el superior ejerza su autoridad: sólo puede forzar su poder. Y si no obedecen en el cuartel, cómo van a obedecer cuando se les exija jugarse la vida frente al enemigo.

Este es el drama que se vive cada día en los cuarteles. Curiosamente no en la empresa, donde se ejerce un rigor, se exige una sumisión y se cometen, de arriba abajo, unas injusticias que no serían admitidas en el ejército soviético. Los cuarteles de ayer son las empresas de hoy, porque la patria -es decir, los demás- importan un pimiento, pero el dinero del sueldo es sagrado, y por ese salario se es capaz de tragar con abusos de cualquier tipo: el mundo al revés.

Pero, eso sí, la ministra Chacón ya ha tomado medidas para atajar este desafuero. A todas y cada una de las militares, para que estén más monas.

Aunque la mayor frivolidad de la ministra de Defensa consiste en interpretar todas estas críticas como machismo. Es el argumento más superficial, más tonto, y por tanto más habitual, en el feminismo: todas las críticas que dedican a mi tarea son producto del sexismo ancestral, ergo, todas son interesadas, ergo todo lo hago bien. Los elogios, sin embargo, proceden de personas sin prejuicios. Es un argumento de una sola premisa, pero para los superficiales resultan más que suficientes.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com