Lo de Celia Villalobos no me preocupa. Es la misma diputada que, cuando el PP defendía los valores no negociables, ya andaba trisando por el monte. Ejemplo: Cuando el diputado Blas Camacho se partía el pecho en defensa de la vida en el Parlamento frente al felipismo -introductor del aborto en España-, doña Celia se dedicaba a llamarle después de sus intervenciones y le decía cosas como ésta:
-Blasito me estoy masturbando: ¿crees que me voy a condenar?
Desde entonces aquí, doña Celia ha mantenido una coherencia ideológica de lo más edificante, quizás porque es la consorte de don Pedro Arriola, el asesor áulico de Aznar y, ahora, de Mariano Rajoy.
Ana Pastor me preocupa más, porque su imagen ante el electorado es muy otra. En primer lugar, doña Ana, en el estilo que luego ha consagrado la presidenta del Congreso norteamericano, Nancy Pelosi: no deja de recordarnos que estudió en colegio de monjas, lo que, supongo, debemos interpretar como un seguro de ortodoxia.
El caso es que fue Ana Pastor quien inauguró la matanza de embriones en España, con su iniciativa (25 de julio de 2003, festividad de Santiago Apóstol, patrón de España, quizás para que el país recuperara sus raíces cristianas) para la utilización de embriones humanos sobrantes (nunca me acostumbraré a esto de los embriones humanos sobrantes) de la fecundación in vitro (FIV), lo que condenaba a muerte a 80.000 no nacidos crío-conservados.
Fue todo un engaño en el que cayeron algunos obispos y muchos católicos españoles, pues todavía se vivía en la etapa de si lo hace el PP no puede ser anticristiano... malévolo aforismo que nos ha conducido a la actual macedonia mental y electoral de la derecha española.
Tuvo que ser el Vaticano quien saliera al quite, por boca del entonces presidente de la Pontificia Academia para la Vida, Elio Sgreccia, al igual que la Comisión de Episcopados de la Unión Europea (COMECE), hasta que las cosas quedaron aclaradas, ya con Benedicto XVI y su genial proposición: Dios ama al embrión, que comprendía todo el Magisterio Episcopal sobre el aborto.
Inmediatamente después, Pastor viajaría a Roma. Embutida en mantilla, como responsable de la Delegación española en la canonización de mártires de la Guerra Civil. Y allí sí, oiga usted: doña Ana no dudó en arrodillarse ante el Papa Juan Pablo II para besarle el anillo. Se trataba de confundir.
Luego vino el PSOE, y su ministra de Sanidad, Elena Salgado; es como Pastor pero a lo bestia: leyes de reforma de la FIV y de Investigación Biomédica, lo suficientemente bestias como para convertir al Zapaterismo en una forma de nazismo. Pero el que empezó fue el PP.
Me preocupa mucho más Ana Pastor que Celia Villalobos. Ésta última no confunde a nadie.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com