Con motivo del hostigamiento y acoso al que estoy siendo sometido, quiero dejar por escrito las motivaciones que he tenido para tomar la opción de participar en una lucha cívica-ciudadana en Cuba. Mi nombre es Andrés Eduardo Rodríguez Tejeda, ciudadano cubano, de 48 años, vecino de Holguín; casado y con tres hijos adolescentes de esta unión, cristiano y católico práctico desde mi nacimiento. Ingresé en el Seminario en el año 1978 con 21 años, en el cual pasé siete años y del cual salí por propia voluntad como resultado de una larga crisis vocacional, recibí el sacramento del matrimonio en 1990 y la ordenación de diácono el 27 de diciembre de 1999. He sido catequista de jóvenes y de adultos, asesor de jóvenes y de un grupo de discapacitados, animé como laico la comunidad de la capilla del Cementerio de Holguín, trabajé en Cáritas Diocesana durante casi ocho años y en el programa de 3ra edad, atendí el programa de Familias con hijos con Síndrome de Down, fui el coordinador de proyectos y encargado de acompañar a las personas que viven con el VIH/SIDA en la provincia y mi último trabajo pastoral fue atender la Comunidad parroquial de San Buenaventura a 48 Kms de la ciudad de Holguín.

Hoy en día colaboro en la pastoral de la Catedral. Al igual que miles de católicos cubanos, hemos sido acosados, hostigados y perseguidos, desde nuestros primeros años de vida, por este sistema y su aparato represivo, por el mero hecho de ser cristianos católicos y de tratar de vivir nuestra fe. Por eso que ha vivido y está viviendo nuestro pueblo es que desde el año 1990, tomé la decisión de no continuar con los brazos cruzados y de alzar mi voz en busca de cambios pacíficos en Cuba, de trabajar en unidad con otros cubanos por transformaciones democráticas, por buscar libertad de expresión, libertad religiosa, libertad de asociación, libertad del hombre en su sentido más pleno, respeto a los derechos de cada ser humano en esta tierra y ?por la dignidad plena del hombre?, como dijera nuestro apóstol José Martí, por buscar un Estado de Derecho y la paz y la reconciliación de todos los cubanos.

En la primavera del año 2003, el gobierno cubano condenó y encarceló injustamente a 74 hombres y una mujer, cubanos todos, católicos en su gran mayoría, algunos amigos míos, repartiéndolos por todo el país a grandes distancias de sus residencias. Por cosas de Dios, tres sacerdotes amigos (uno de Bayamo, otro de la Habana y otro de Las Tunas) y sin ponerse ellos de acuerdo, me pidieron que les diera apoyo y acogiera a las familias de estos hombres que habían sido recluidos en cárceles de Holguín, petición a la que no me podía negar. Al año siguiente por voluntad de Dios y decisión de mi obispo, fui liberado de todo compromiso pastoral y por cosas del Espíritu Santo, descubrí el canon 288 que hace referencia al 287, donde se dice claramente el derecho que tenemos los diáconos permanentes a participar en la política activa y partidista. Al constatar la injusticia que se había cometido con aquellos 75, y que se seguía cometiendo con ellos en las prisiones, y con sus familias y la repercusión que esto tenía para todos los cubanos, me hicieron ver el llamado de Dios a tomar nuevamente una participación activa dentro del Movimiento Cristiano Liberación, cuyo líder es el hermano Oswaldo Payá Sardiñas, católico de la comunidad del Cerro en la Ciudad de la Habana.

No me escudo en mi condición de ministro de la Iglesia para tomar esta opción, ni he pedido a mi obispo que haga nada especial por mí si algo me pasara, ni siquiera en estos momentos de acoso y represión donde me encuentro seriamente amenazado. De la Iglesia, sólo pido que me trate como hijo suyo que soy. Con la experiencia de 46 años de vida bajo este sistema, la tortura física o psicológica, la prisión, el destierro y hasta la muerte si fuera necesario; estoy dispuesto a utilizar todas las armas de la lucha no violenta. Sin embargo, públicamente responsabilizo a las autoridades cubanas y a su órgano represivo de lo que me pueda pasar.

Entre las consecuencias que asumo al tomar esta opción de lucha, están las repercusiones que mis actos tendrán sobre mi familia, mi esposa y mis hijos. Cualesquiera que sean las consecuencias, confío en la misericordia de Dios. Me pongo en manos de María, Madre de la Caridad, como gran intercesora nuestra. Pido también las oraciones de todos los que invoquen al Dios del Cielo.

Andrés Eduardo Rodríguez Tejeda