"Marcar una línea clara entre lo correcto y lo incorrecto". Eso pretende el premier David Cameron e incide sobre lo que ya dijera en su momento: el problema de la juventud británica es que no sabe distinguir entre el bien y el mal. Conviene insistir en el asombro Cameron: ¿se imaginan a un líder político español hablando del bien y el mal?
Cameron ha optado por la línea dura frente a adolescentes gamberros. Y tiene razón en el diagnóstico: el problema del vandalismo británico es moral: no saben distinguir entre el bien y el mal, quizás porque nadie les ha enseñado a hacerlo.
Ahora bien, olvida Cameron que el colegio no puede sustituir a la familia ni la familia puede sobrevivir sin un código moral objetivo y, a más a más, sin Cristo.
El problema del Reino Unido, como el de otros muchos países europeos, es que ha arrojado a Dios al desván. Con ello, ha abandonado el sentido del compromiso en la familia, esa célula de resistencia a la opresión que forma a los ciudadanos del mañana. Y sin ello, poco puede hacer el colegio, poco o nada. El vandalismo británico tiene la misma raíz que el asesino noruego Anders. El olvido de Dios.
Eulogio López
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