Formulémonos la siguiente pregunta: "¿Cómo podría Bush fastidiar a España, si se propusiera fastidiarla y dado que parece que, en efecto, quiere fastidiarla? Pues hay dos formas, directa e indirectamente. La primera afecta al plano político y militar, especialmente a éste último; la segunda, al plano económico.

 

Políticamente, lo que ha hecho Estados Unidos es muy sencillo: su aliado en el Estrecho de Gibraltar, uno de los nudos de la geografía planetaria,  ya no se llama España, sino Marruecos. Es ahora Marruecos quien va a organizar la próxima Conferencia de Paz sobre Oriente Medio y a España ni se la invita. Es ahora Marruecos quien realiza maniobras conjuntas con la flota norteamericana, mientras el Pentágono analiza la posible instalación permanente de tropas norteamericanas en el país norteafricano. Naturalmente, al fondo de toda esta cuestión está Ceuta y Melilla y la cada día mayor agresividad con la que la dictadura marroquí responde a la alianza de civilizaciones que propone Rodríguez Zapatero. En Marruecos se habla y no se para de una nueva Marcha Verde, esta vez sobre Ceuta y Melilla, dos de las ciudades más islamizadas de África, mientras los partidos nacionalistas españoles exigen que el idioma árabe sea co-oficial en las dos plazas africanas. Zapatero ha renunciado a la soberanía española sobre Gibraltar, pero Mohamed VI no piensa renunciar a Ceuta y Melilla.

 

Económicamente, el asunto es distinto. En una economía abierta, y donde el sector público apenas representa el 20% del PIB (en España es el 40%), y en un mundo globalizado, la verdad es que resulta muy compleja la venganza económica sobre un país. Sin embargo, hay una rama que, convenientemente manejada, proporciona unos resultados estupendos: los fondos de inversión y de pensiones, propietarios de todas las grandes multinacionales, también las españolas. Así, de repente, hemos escuchado al triunfador de las pasadas elecciones estadounidenses hablar de "capitalismo patriótico", probablemente una contradicción ‘in terminis'. Pero Bush no habla de que esos fondos, los principales accionistas de Telefónica, BBVA o Repsol YPF, se ensañen con un país, sino con aquellas empresas que no respondan a los intereses norteamericanos en el mundo (es decir, a la Casa Blanca).

 

Esos fondos discretos son los Prudencial, Fidelity o Chase Nominees. Se supone que sus gestores, a quienes nadie conoce, tienen por objetivo principal obtener la máxima rentabilidad para sus partícipes, pero la cosa podría no estar tan clara. Los fondos, como las multinacionales, tienen patria, y casi siempre esa patria es estadounidense.

 

Dicen los analistas financieros norteamericanos que Bush no odia a España, sólo a Zapatero, pero esta sutileza no acaba de tranquilizar a los analistas españoles. La doctrina Bush resulta tan nueva que todavía nadie sabe cómo distinguir entre empresa amiga y país no-amigo de los Estados Unidos.