Encanallar significar envilecer. Si le añado la partícula final "se" entonces nos encontramos con un término no recogido en el diccionario -no debe, que sólo se trata de un reflexivo- pero que el pueblo parlante, siempre soberano, alude con gusto bajo la siguiente denominación o idea madre: persona que se siente a gusto en su vil condición. El malo hace mal para obtener un bien, un provecho, el encanallado ha llegado un estrado en que sólo hace el mal por orgullo... por la soberbia de afirmar: bien está lo que yo hago, precisamente porque lo hago yo.

El diario El País publica un artículo del famoso doctor Montes de Leganés, acompañado por su ‘sherpa', el también doctor del mismo hospital Fernando Soler. Como saben, el doctor Montes resultó indultado por un tribunal formado por tres jueces, dos de los cuales acababan de firmar el manifiesto judicial en pro de la eutanasia, aunque ninguno de los dos decidió auto-recusarse. Por pura casualidad, absolvieron a don Luis y aprovecharon para convertirle en un héroe, agente electoral de ZP, por más señas. Por cierto, una de las jueces era la muy progresista magistrada Manuela Carmena quien no ha presentado la dimisión tras su curioso fallo. A lo mejor porque ni se la han solicitado. Esto demuestra que la mayoría "conservadora" del Consejo General del Poder Judicial, al que tanto alude el PSOE, funciona la mar de bien.

Se juzgaba al doctor Montes, y fue absuelto por ello y coronado en foro público después, por practicar la eutanasia activa -una reiteración, la única eutanasia dolosa es la activa-, se le acusaba de provocar la muerte innecesaria de varios centenares de pacientes, como él mismo se ha encargado de recordar. Quiero decir, que el encanallamiento, o enamoramiento del mal, ha declarado culpable, aunque sin sentencia al señor Montes: fue absuelto de eutanasia y ahora se demuestra como un defensor entusiasta de la eutanasia. No se conforma con disculparse diciendo que sedó a sus enfermos para ahorrarles sufrimientos. No, ahora defiende el derecho del médico a decidir el momento en el que muere el paciente, que no es otra cosa: la eutanasia.

Lo demuestra en el artículo publicado en El País, en defensa de la eutanasia. El título ya proporciona alguna pista: "La vida es un derecho, no una obligación". Pues no. La vida es tanto derecho como deber por la sencilla razón de que ningún ser humano, ni tan siquiera doña Manuela Carmena y don Luis Montes, pueden dar razón de su existencia. La vida nos es dada y, al decir esto, no tengo la menor intención en entrar en un debate sobre su origen. Digo que ni el señor Montes ni el abajo firmante pedimos venir a la vida ni nos otorgamos la vida: nos fue regalada sin pedirnos permiso para la donación, que es como suelen hacerse todos los regalos. ¿Es una obligación vivir esa vida? No, pero el colmo de la ingratitud es despreciar lo más hermoso que nos ha sido dado. De hecho, el más canalla de los homicidas es el suicida.

En cualquier caso, una cosa es que la vida no sea obligatoria, y entonces siempre puedes tirarte por el balcón y otra cosa distinta es que el señor Montes colabore filantrópicamente en la tarea y decida cuánto debes sufrir y cuándo debes morir.

El problema de los eutanásicos es el mismo de los biogenéticos: sienten el irrefrenable deseo de ser como dioses, señores de la vida y de la muerte, casualmente ajenas. Incluso intuyo que si Montes se encontrara en situación terminal le gustará decidir por sí mismo qué grado de sedación debía administrársele.

En un alarde de originalidad, el buen doctor Montes, al que creo que ZP prepara para nuevo ministro de Sanidad, alude al caso de Ramón Sampedro, un personaje que debió tener una agonía horrible, y que podía haber llevado una vida activa y espléndida, porque su grado de minusvalía era muy llevadero (le habría permitido, por ejemplo, conducir). Ramón Sampedro es el ídolo de un manipulador amargado como Amenábar y de un eutanásico como Montes, pero abominan de él aquéllos que se encuentran en su misma, o peor, situación. ¿Por qué será?

En cualquier caso, el doctor Montes quiere ser señor de vidas ajenas. Lo de seréis como dioses tiene un morbo tremendo, y su único defecto es que resulta imposible. El problema de ser como Dios es que sólo Dios puede cumplir ese propósito. El Hombre que pretende ser como Dios lo único que hace es aniquilar al hombre. Tolkien, por boca de Gandalf, lo expresa mucho mejor que yo: "Si no puedes dar la vida no te apresures a otorgar la muerte". ¿Comprendes Montes? Lo suyo, doctor, como lo de todo ser humano, es un viaje de ida.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com