Hoy es miércoles de Ceniza, comienzo de la Cuaresma, uno de los dos días (el otro es Viernes Santo) donde la Iglesia decreta ayuno -el resto de los viernes de Semana Santa, sólo abstinencia de carne-.

Al menos, para aquellos católicos que opten voluntariamente por un ayuno severo, la exigencia eclesial es de un desayuno inferior al normal, una comida normal y una cena inferior a la normal. Muchas, y muchos, ayunan más que eso, y no sólo dos veces al año. Y todo esto para mayores de 18 y menores de 65 años, y enfermos a parte.

Ayuno para gente poco recia, porque no se trata de batir ninguna marca de privación de ingesta. Sin embargo, a estas alturas de la mañana, el abajo firmante ya está ponderando el porqué del mayor insulto que Gilbert Chesterton podía dedicar a sus peores enemigos: Bebedores de agua. Un producto tan necesario para la subsistencia como deplorable al gusto. Acabo de comprender que la tristeza que invade Occidente no tiene su origen en estómagos ahítos, sino en organismos sometidos al consumo intensivo de agua, y por más, para mantener una bella silueta. Con ello, puedo confiar queridos amigos, que la idiocia avanza. Ayunar por Cristo pase, pero hay que ser imbécil, muy imbécil, para ayunar por estética. Al final, las religiones siempre exigen menos que la sociedad o que el Estado.

¿Puede medirse la práctica religiosa por el seguimiento del ayuno durante estas dos jornadas? Espero que no, pero, en cualquier caso, ayunar es buena forma de entender el hambre en el mundo. Para ser exactos, es la única forma.

Eulogio López

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