Domingo 16 de noviembre, Día de la Iglesia Diocesana. Del clero secular, para entendernos, que no regular.

Es decir, del clero que no está en crisis porque, así, entre nosotros y que no trascienda, la crisis del clero actual es la crisis de las órdenes religiosas. El mundo al revés, porque a lo largo de la historia de la Iglesia ha sido justamente al revés. No hay nada más que ver las parroquias que el obispo Tarancón cedió a las órdenes en Madrid: con unas excepciones, un verdadero desastre.

Coincidencia también temporal. Los religiosos, la CONFER, celebraban ahora, en 2008, con una nostalgia de la historia: tal parece que el Congreso se celebra en 1968, cuarenta años atrás y la CONFER sigue intentando modernizarse y adaptarse a los tiempos. Y esto es lo grave, que quien la sigue la consigue.

Pero volvamos al clero diocesano. En esta jornada la Iglesia pide oración, mortificación colaboración y dinero. Pero estoy seguro que los tres primeros serán vistos como una mera introducción al cuarto por todos los convencidos de que el hombre vive de pan y el resto no deja de ser bonitos discursos, especialmente de la derecha reaccionaria (si, algunos destacados miembros de la CONFER son los últimos que utilizan este lenguaje).

Así que vamos con lo de los euros, que es lo que interesa. Veamos: mi posición es que la Iglesia debería financiarse con las aportaciones de los cristianos, y mi segunda opinión es que esto es radicalmente injusto.

Primero, porque el hombre es un ser social y sus convicciones religiosas o anti-religiosas influyen en él y en su papel social: si se paga dinero público para asesinar seres humanos no nacidos, ¿por qué no para sostener a la Iglesia, por lo demás creencia mayoritaria en España?

No sólo eso: la asignación tributaria es el único impuesto, insisto, el único, y absolutamente marginal, en el que los españoles podemos decidir dónde van a parar nuestros impuestos. El resto, el 99,3% de lo que pagamos, es un cheque en blanco que les firmamos a los señores Zapatero y Solbes para que hagan con ello lo que les plazca, también muchas cosas que nos fastidian profundamente como, por ejemplo, financiar sus insaciables partidos políticos.

Lo lógico no es suprimir la asignación tributaria sino todo lo contrario: multiplicar el porcentaje de impuestos sobre los que los españoles podemos decidir. Recuerden que no hay  democracia sin democracia fiscal.

En tercer lugar, sin esa aportación pública la Iglesia no podría llevar a cabo su tarea pública. Y si pudiera resultaría inadmisible. Ejemplo: la educación religiosa, donde el Estado tiene un verdadero chollo con la Iglesia pues le reduce el gasto público en muchos miles de millones, y que es la educación, dicho sea de paso, que desean la inmensa mayoría de los españoles porque la pública es cara y una verdadera castaña.

Dicho esto, a mí lo que me gustaría sería la total autofinanciación de la Iglesia por los fieles. Que cada católico pensara en dedicar a la Iglesia un diezmo, qué menos que el histórico diezmo, de sus ingresos a ayudar a la Iglesia en sus necesidades, porque los hay que están dispuestos a dar su vida por Dios, pero no la cartera.

Lo que ocurre es que mi deseo resulta tremendamente injusto con los cristianos, un feroz agravio comparativo.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com