El mundo musulmán se aprestaba a celebrar una de sus fiestas más solemnes: el Aid el Kebir o Pascua Grande, que conmemora el episodio del sacrificio del cordero por Abraham en sustitución de su hijo.
Para los musulmanes no fue Isaac quien acompañó al patriarca común a las tres grandes religiones monoteístas, sino Ismael, el hijo que tuvo con la esclava Agar, un dato que marca la división de la historia de los pueblos semitas.
Este recuerdo viene a propósito de la laboriosa tregua de tres días que, con ocasión de la fiesta, negoció en Damasco el enviado especial de las Naciones Unidas, el también musulmán Lajdar Brahimi, y de la cual todo el mundo ha estado pendiente como si de ella dependiera el fin de la cruel guerra civil que enfrenta en Siria a musulmanes de las más diversas procedencias.
Con o sin tregua, lo cierto es que el conflicto sirio, que dura más de año y medio, no parece tener fin al haber entrado en liza grupos armados de radicales islámicos, ajenos al pueblo sirio, que solo aspiran a establecer un nuevo califato, al socaire de la "primavera islámica".
Xus D Madrid