Estoy preocupadísimo. He leído en la prensa, por ejemplo en periodista digital, que las apostasías se han duplicado en 2007 en España, al pasar, nada más ni nada menos, que de 287 a 529. En tasa anual, que es la expresión utilizada por los economistas para significar algo parecido a lo de "en sede parlamentaria". O sea, una cosa seria y formal. Nada menos que el doble. Que es lo mismo que me pasa a mí con los desayunos. Hay mañanas en que me tomo uno, pero otros, ¡ay dolor!, mi glotonería me impele a tomarme dos, a duplicar, con un crecimiento del 100 por 100, nada menos. Luego me consuelo con aquello de desayunar como un rey comer como un príncipe y cenar como un mendigo. Ni que decir tiene que los medios informativos también están muy preocupados ente el aluvión de apóstatas los cuales -son palabras de Radio Nacional- no tienen otra vía para expresar su humanitario malestar con los curas, que son, como es de todos sabido, muy mala gente. Pero esto de los porcentajes es ciencia abstrusa. Por ejemplo, podemos comparar los 529 apóstatas de 2007 -año negro para el negocio clerical- con los 11 millones de españoles que pierden una hora de su tiempo libre para participar en un espectáculo tan aburrido como la misa. A mí me sale el 0,000048%, un porcentaje de renegados que hace temblar las carnes. Como me siento misericordioso, no voy a sacarles el porcentaje sobre aquéllos que se confiesan creyentes, sean o no practicantes: 8 de cada 10 de los 46 millones de españolitos. Es decir, 36.800.000 fulanos, de los cuales 36.700.471, resulta que no han apostatado. Es gente muy aburrida y muy poco progresista. Eso sí, he de reconocer que, además de la cantidad importa la calidad del ‘abjurante'. Y ahí, aunque me duelan prendas, he de reconocer que entre los renegados figuran ilustrados de reconocido prestigio como, por ejemplo, Pedro Zerolo. A ello unan el peligro de que Pepiño Blanco, nuestro más reconocido intelectual, cumpla su amenaza de renegar de su fe, declaración que hizo temblar los cimientos vaticanos Ahora bien, esto de la apostasía consiste, según parece, en exigir la ruptura de la partida del Bautismo y posterior evacuación del registro de bautizados. Es, como decían las disciplinadas mentes de la radio de ZP, el único medio que tienen los afectados por la terrible dolencia de borrarse de la Iglesia. Y así, a la luz que el señor Zerolo ha vertido sobre nuestra cavernosa existencia, cuando me he replanteado muchas cosas. Por ejemplo, acabo de recordar que mis padres, sin consultarme, me inscribieron en el registro civil, apenas neonato, y nada menos que como español, cuando de todos es sabido yo siempre he sentido una especial ilusión por nacer en Kazajistán, un lugar de lo más exótico. Porque no basta, ¡Ajaja!, que me sienta kazajo. No puedo soportar la esquizofrenia existente entre el registro civil y mi identidad kazaja. Y no basta, no señor, que me nacionalice kazajo. Mis padres y el Estado, por lo demás franquista, se ensañaron conmigo al no preguntarme si quería ser español: ¡Bórrense los documentos que no coinciden con mis sentimientos -kazajos, como creo haber dicho antes- y allá se las entiendan los historiadores que pretendan escribir mi biografía (sospecho que no serán demasiados). Es una cuestión de sentimientos, y con los sentimientos no se juega, muchachos. Por eso, insisto y resisto, no basta con que yo reniegue de mi fe y haga mangas y capirotes de mandamientos, sacramentos y clerecía. No: exijo que rompan, en mi presencia, la partida de bautismo, un papelito que sofoca mi existencia. Y esto, pueden creerme, es bello e instructivo. Hermanos míos en el progresismo: valoremos, ante todo, los sentimientos. Que todo condenado por los tribunales exija que se suprima todo resto documental de su condena una vez cumplida, que los defraudadores rehabiliten su buen nombre quemando en salutífera pira los expedientes de la Inspección de Hacienda. Nadie debe ser esclavo de su pasado y, además, estoy cabreado con mi ciudad natal, Lalín, y exijo ser inscrito en el registro de nacidos en Hinojosa del Duque. Asimismo quiero que desaparezca todo rastro de mis dos primeros divorcios, del hijo que no reconocí. Por último, exijo que don Ramón Calderón borre todo rastro o archivo de mi pasado como socio del Real Madrid, formación que abandoné cuando Florentino Pérez se hizo con la Presidencia y convirtió un digno equipo de fútbol en un club de galácticos cretinos o de cretinos galácticos, según depende. Es -pregunten en Radio Nacional de España la única aliada que me queda para mostrar mi indignación-: no basta con haberme dado de baja: exijo que no quede ni rastro de las pruebas. Los comunistas eran especialistas en borrar el pasado de sus líderes o al menos la parte menos gratificante de ese pasado. Pero el apóstata se lo borra él solito. Se trata de dinamitar las huellas del pasado para ponérselo difícil a los historiadores, que son gente muy insoportable. Esto es lo bueno que tiene la sociedad actual: es tan respetuosa como los sentimientos que cambie de principios con cada cambio de sentimientos, es decir, una vez al día. Y así, de sentimientos en sentimientos, caminemos todos juntos, con tolerancia y talante, hacia el manicomio, un lugar donde la razón siempre aparca fuera y donde se valora, sobre todo eso: los sentimientos de la jornada, que es como el menú del día: el de hoy no puede parecerse al de ayer. Como todo el mundo sabe, para dejar de ser cristiano lo que hay que hacer es que te borren del registro bautismal. Con efecto retroactivo. Eulogio López eulogio@hispanidad.com
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04/12/24 06:16