Está claro que el principal problema con el que se enfrenta el nuevo director gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Rodrigo Rato, es la deuda argentina. Rato aún no ha aterrizado en la dirección cuando se ha encontrado con unas fortísimas, y no pedidas, declaraciones de la subdirectora gerente del FMI, Anne Krueger. Según esta dura entre los duros del Fondo, "no creo que haya nueva inversión (extranjera en la Argentina) a menos que haya algún tipo de acuerdo con los acreedores". No es la primera vez que Krueger pretende dirigir la Argentina desde Nueva York. Su inquina contra el país hispano le hace perder la perspectiva, dado que, en teoría (en la práctica todos sabemos que sí, pero es conveniente guardar las formas), el FMI no tiene por qué preocuparse de los pagos a prestamistas privados, sino de su papel como prestamista de última instancia a cambio de orden en las finanzas públicas.

En su día, Krueger llegó a decirle al entonces presidente argentino Eduardo Duhalde que para llegar a un acuerdo con Buenos Aires, el Fondo esperaría a que se produjera un cambio de Gobierno en la Argentina.

Para Rato, la iniciativa de su segunda supone una clara desautorización nada más llegar. La postura del ex vicepresidente del Gobierno español es clara: no le gusta la actitud retadora de Néstor Kirchner, pero también comprende que la deuda argentina está siendo objeto de especulación por parte de los grandes fondos de alto riesgo, principalmente anglosajones. Ahora, le toca implantar su autoridad.