Gustavo de Arístegui, portavoz de Política Exterior del Partido Popular, ha hecho un buen libro sobre el mundo musulmán. Lo único que no me gusta es el título, que a su vez es la idea vertebradora de todo el volumen: "El islamismo contra el Islam". Luego diré por qué.
Durante el acto de presentación del volumen, presido por el líder del PP, Mariano Rajoy, semanas atrás, Arístegui explicaba que tenía muchas ganas de escribir el volumen desde que visitó en Damasco
Así que el libro es bueno, muy bueno. Explica un mundo, el musulmán, que para la inmensa mayoría de los europeos, incluidos los españoles, resulta un gran desconocido. Es un libro ameno y es un libro, al tiempo, de consulta. Lo único que no me gusta, como ya he dicho antes, es ni el título ni la tesis. Porque Arístegui es, ante todo, un diplomático. Y para un diplomático el mandamiento primero es la estabilidad, que no es exactamente lo mismo que paz, aunque en determinadas ocasiones se le pueda parecer.
La tesis de Arístegui es que no hay que confundir el Islam, una religión digna y apreciable, con el islamismo, que consistiría en la fanatización de un credo. La verdad es que la fanatización de la razón es mucho más grave que cualquier fundamentalismo religioso, que no en vano los sueños de la razón producen monstruos, pero eso es otra cuestión.
El caso es que el Islam tiene una especial tendencia a la fanatización, y no estoy hablando de Ben Laden. Ningún musulmán llama padre a Alá, lo que consideraría una intolerable falta de respeto. El Islam entiende poco de misericordia divina. Nada más ajeno a la religión musulmana que la confesión cristiana. Más. Alá no ama al hombre, simplemente es compasivo con él. La figura de Cristo, un Dios que se entrega en manos de los hombres para salvarles, clavado en una cruz, resulta incomprensible para el musulmán. El Islam es una religión externa, más ascética que mística, más rica en ritos que en oración mental. La criatura adora a Dios, pero no conversa con él.
Finalmente, y este constituye el principio político más relevante, la libertad cristiana, la libertad de los hijos de Dios, es absolutamente ajena al proselitismo islámico. Para el musulmán, todo ser humano está obligado a adorar a Alá; para el cristiano también, pero con una diferencia: no se le puede obligar a ello. Alá ordena, Cristo ama; Alá enuncia, Cristo sugiere. Al menos hasta el fin de los tiempos.
No, no es que el islamismo tenga secuestrado al Islam, es que el islamismo es el desarrollo lógico del credo islámico, como lo ha sido siempre. Otra cosa bien distinta, es que la primera obligación del cristiano sea convivir en paz con el Islam, y ese deber incluye a los políticos cristianos. Pero respetar a los musulmanes no es llamarse a engaño, por la misma razón que ser bueno no consiste en ser tonto.
Eulogio López