Con tipos de interés altos, no hay manera de que la economía crezca y cuando la pobreza azuza la gente se echa a la calle. Con tipos de interés bajos, como los actuales en Estados Unidos, Europa y Japón, ahorrar no sirve para nada, los mercados financieros se derrumban y la inflación se come la renta de los particulares, ganada con tanto esfuerzo. Este péndulo de efectos contrarios, no era muy relevante hace no más de 20 años, cuando no se había creado la actual elefantiasis de los mercados financieros, y cuando la bolsa no era la inversión casi única de los fondos pensiones, obligados a mantener las pensiones privadas y el ahorro de las clases medias. España, con una inflación del 4% vive, como toda Europa, con un precio oficial del dinero por debajo del 3%. En los depósitos a plazo fijo, los bancos están ofreciendo en toda Europa una remuneración que oscila entre el 2 y el 3%. Es decir, que todo el mundo pierde dinero.
Es algo tan evidente que sorprende que no se haya convertido en la evidencia primera del sector bancario, empeñado en mantener un espejismo de remuneración por depósito que no cubre ni lo perdido. Pero no pueden renunciar a la lucha por la captación del cliente de pasivo, dado que buena parte de las ganancias de la banca (ahora comienza la presentación de cuentas de resultados) proceden de los productos que se ofrecen a los depositantes, como tarjetas de crédito o seguros.
Pero dejando a un lado lo que le interesa a la banca, lo que está claro es que los mercados financieros están llamados a perder relevancia en la economía mundial, sobre todo porque no crean nada y se han convertido en auténticas hidras especulativas. Por eso, la gran revolución consiste en emplear los ahorros en inversión (invertir en bolsa hoy no es ahorrar, es especular), con cualquier actividad que genere un producto o un servicio. Es lo mejor pero, sobre todo, es lo más rentable.
Y, por la misma razón, el dinero depositado por particulares y familias en el sistema bancario no puede rentabilizarse exclusivamente en la bolsa, sino que el propio intermediario tiene que convertirse en emprendedor. De otra forma, no logrará satisfacer a sus clientes porque se quedará sin margen.
En definitiva, la revolución pendiente consiste en renunciar a la especulación y convertirse en empresario, en renunciar al rentismo y convertirse en creador. No porque sea más ético, sino porque es la única alternativa posible al seguro desinflamiento de los mercados financieros (renta variable, deuda pública y divisas) enfermos terminales de especulación galopante.
Y dicho todo esto, ese nuevo espíritu aún no ha penetrado en los dos grandes bancos españoles: el Santander Central Hispano y el BBVA. Son conscientes del problema, que visualizan en un margen, no ya estrecho, sino, simplemente, negativo, pero no se atreven a afrontar una transformación tan radical de su negocio y una adaptación, aún más radical, de sus empleados.