Por favor, póngame cuarto y mitad de ternera. Señora, se confunde usted, esto es una joyería.
La señora, lejos de bajarse del burro, pasa a la ofensiva: ¿Pues sabe que le digo? Que es usted un totalitario, un intolerante y un terrorista de la libertad de mercado.
Convencida de lo equivocado que está el señor de la joyería coge las de Villadiego y a todo el que se cruza le habla pestes de semejante establecimiento.
Al día siguiente y al siguiente del siguiente, vuelve la señora a reincidir en su conducta insensata, majadera e inaceptable, se mire por donde se mire.
El señor de la joyería tiene que guardar las formas, mantener un nivel de educación, de dignidad. No puede dejarse llevar por los nervios y además se deshace en explicaciones generosas de por qué no sirve carne en su comercio.
¡Qué tontería, que prepotencia de señor, pues no cree que lleva razón! dice cada vez más ofuscada la señora del ejemplo.
Así cada día con nuestra Santa Iglesia Católica. Empeñados, empecinados en utilizarla, en servirnos de Ella, en cambiarla, manipularla, adecuarla a nuestro capricho, a nuestro deseo del momento, que mañana será otro.
¿Tan difícil es entender que la Iglesia custodia, cuida, protege, rige, administra un Bien que Cristo mismo ha puesto a su cuidado?
Nosotros, los católicos, debemos defender este depósito, con cariño, con firmeza, con valentía, con amabilidad.
Porque no es un invento humano. Ni una idea luminosa de algún sabio.
¿No podría darme un poco de ternera sólo por esta vez? ¿Por la amistad que nos une?
Pues, sintiéndolo mucho, no señora, no.
Mª Luisa García Ocaña
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