Las concentraciones por la vida tendrán lugar con motivo de la Fiesta de la Anunciación, en laico, Día del Niño por Nacer, es decir, 9 meses antes del nacimiento de Cristo.
Me gusta eso del Niño por nacer, porque científicamente -precioso palabro-, que no teológicamente -estupendo palabro-, el niño antes de nacer es tan niño como después: nacer no es más que el recorrido desde el seno materno hasta la primera cuna, un par de metros. Nada cambia en el protagonista del evento, salvo la necesidad que tiene de los demás… necesidad que no desaparecerá hasta la adolescencia y, últimamente, hasta la vida adulta. No hay cambio sustancial, por tanto, el aborto es un asesinato como la copa de un pino.
Sólo que un asesinato muy de moda. Alguien calculó que el número de niños asesinados en el vientre de sus madres superan los 1.000 millones. Oiga, se dice pronto esto de 1.000 millones de homicidios. Ninguna guerra ha provocado tal mortandad, ninguna violencia se ha ensañado con el más débil, con el más inocente, como ésta. Afecta a la izquierda y a la derecha y es una matanza hija de la modernidad.
Y lo más grave: jamás una sociedad había mirado para otro lado ante la tragedia silente, jamás se había envilecido de tal forma la raza humana.
La única ventaja es pensar que gracias a unos tipos raros dispuestos a no dejarse embaucar por el gran embuste, la era abortera cada vez se muestra más en su sazón, en lo que es: el imperio de la barbarie. Cada vez somos más los demócratas que pensamos que una democracia con aborto no es tal democracia, y que una sociedad basada en el respeto a los derechos humanos pero sin derecho a la vida es una farsa. Cada vez son más los que abandonan la indolencia. Cada vez son más los que, en resumen, no están dispuestos a negociar con el aborto… que es lo que hace el PP todos los días.
Por tanto, urge manifestarse el próximo fin de semana. Urge, sobre todo, tomar postura a favor de la vida, algo por lo que merece la pena hablar y no callar, ni tan siquiera debajo del agua. Figúrense si merecerá la pena que nadie se lo va a agradecer.
Eulogio López
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