- Para este estudiante de sociología, dibujar a la Virgen es un mensaje de paz para el mundo.
- Fue tirado dentro de una celda de menos de diez metros cuadrados, al interior de la cual se encuentran ya otros diez prisioneros.
- "El hedor de los excrementos, sudor, nuestra ropa sucia y moho nunca ha salido de mis fosas nasales", afirma.
- Recuerda el grito de dolor de los prisioneros torturados: "Si el sufrimiento tiene una voz, es ese".
Asia News publica la primera parte del testimonio de
Khalifa el-Khoder en
L´Orient-Le Jour, un joven musulmán que pasó siete meses en una prisión de los yihadistas. La causa de su arresto fue la de haber dibujado una imagen de la
Virgen en una pared de
Alepo (Siria), como signo de paz. Él cuenta que hay mezquitas transformadas en cárceles, celdas repletas de prisioneros y las torturas son a diario.
Khalifa el-Khoder había apenas cumplido veintiún años cuando su vida cambió totalmente. Era junio del año 2014, en el dique de Tal Jijan en la provincia de Alepo. Un marroquí, miembro de la organización
Estado islámico (EI) lo acusó diciéndole: "Toma tus cosas y baja". Este fue el inicio de siete, largos meses de cárcel, durante los cuales descubriría la naturaleza de su "crimen": "haber dibujado a la Virgen en una pared en Alepo".
Una vez detenido, en la cárcel de al-Bad, al norte de Alepo, el joven sirio es tirado dentro de una celda de menos de diez metros cuadrados, al interior de la cual se encuentran ya otros diez prisioneros, todos guerrilleros del FSA.
Transcurrirá allí un mes entero, antes de ser transferido a otra celda de ochenta metros cuadrados con noventa prisioneros y luego a otra aún que mide menos de cuarenta metros cuadrados, en la cual hay otros cincuenta y cinco presos. Según él, este pasar de una celda a la otra es un método usado por el EI para impedir que puedan hacerse amigos entre los detenidos.
Desde los primeros días de su detención, Khalifa recuerda en particular la puerta de su celda. "Esta puerta me paralizaba, me sofocaba. Trascurría mis jornadas con la cabeza pegada a la pared. Estaba en un punto en el cual deseaba que me matasen".
Poco a poco, Khalifa se adapta a la prisión y se doblega a sus reglas. "La oración era obligatoria, de lo contrario la tortura", cuenta el ex detenido. La comida la daban dos veces por día. "Por la mañana teníamos derecho a un pedazo de pan con un poco de mermelada o un huevo y a la noche un poco de arroz. Con los documentos que eran de los tiempos en los cuales la prisión era un palacio de justicia, Khalifa se construye cucharas para poder comer.
"Cada cuarenta días -recuerda-
nos daban una maquinilla de afeitar que debía ser usado por cinco personas. Si alguno se cortaba del todo la barba, era llevado a la sala de las torturas, porque teníamos que cortarnos sólo los bigotes, los pelos entre las piernas y bajo las axilas".
Cada semana un yihadista entra en la celda y llama a algunos detenidos. "Nunca volvieron sabemos que fueron ejecutados". Un día en agosto de 2014, los prisioneros sienten los guardias de fiesta y reían. Ellos sólo habían detenido a un japonés.
Haruna Yukawa sería ejecutado en enero de 2015.
Incluso más traumático que la risa de los carceleros, el grito de dolor de los prisioneros torturados. "Si el sufrimiento tiene una voz, es ese", dijo Khalifa. "Cada día oía a los detenidos gritando el nombre de Allah y los verdugos gritando Estado islámico". A continuación,
el detenido debía contestar "permanecerá". Para tratar de olvidar, Khalifa escuchar las grabaciones puestas a disposición de los reclusos. "Podríamos elegir entre los himnos del
Daesh y los cursos sobre el Islam. Yo los aprendí de memoria".
Los alaridos persiguen a Khalifa. También el olor. "El hedor de los excrementos, sudor, nuestra ropa sucia y moho nunca ha salido de mis fosas nasales. La celda equipada con un solo baño, no estaba aireada. Era oscuro y sucia. Estábamos bajo tierra y, en verano, el calor era sofocante".
José Ángel Gutiérrez
joseangel@hispanidad.com