• Una regla de vida: "No al pecado, sí al pecador'.
  • El malvado no soporta la visión misma del bien… ni la visión del bueno.
  • Por eso confunde la misericordia con la persona y la misericordia con los hechos.
  • La segunda es un ente de ficción.
  • En épocas de muerte -y de resurrección- la valentía y la coherencia se convierten en las claves del cristianismo.
  • Una virtud que cede ante el miedo no es virtud.
  • Aún así, un cristiano pesimista, es una contradicción tan grande como un varón feminista o un cura progre.
Como el Viernes Santo, volvemos a Santa Faustina Kowalska y pasamos de la justicia a la misericordia. Ojo al dato: "las almas menos recogidas quieren que las demás se les parezcan ya que constituyen para ellas un remordimiento continuo". Y esto resulta oportuno y pertinente, al pelo, que diría un castizo, porque el predicador del Papa, Raniero Cantalamessa ha recordado el agustiniano "odiar el pecado y amar al pecador". Conviene recordarlo en este domingo de resurrección, que pone fin a la Cuaresma por cuanto está acaeciendo algo singular: al abajamiento de las personas a cosas, propio del siglo XX; ha sucedido el alzamiento de las cosas (por ejemplo, del planeta tierra) a la condición de personas y seres pensantes. Una barbaridad sobre la que nunca reflexionaremos bastante. También porque toda la estructura jurídica y política –que no religiosa- del mundo visible ha ido puesto patas arriba por no ser capaces de entender algo tan simple como eso: que se puede, y se debe, odiar el pecado y amar al pecador, que ambas actitudes no son contradictorias, sino complementarias. Ejemplo: toda la ideología de género está basado sobre la no inteligencia de esta proposición. Y así, quien tenga la desfachatez de criticar la homosexualidad –por ejemplo el catecismo de la Iglesia, que lo califica como un grave y antinatural desorden- es interpretado por la actual legislación sobre delitos de odio como una delincuente merecedor de hasta cuatro años de cárcel. En cualquier caso, si el Jueves Santo decíamos que el cisma de la Iglesia está por venir, hoy tenemos que recordar que una de las claves de ese cisma es, precisamente, esas palabra del viejo Agustín de Hipona, actualizadas por Cantalamessa. ¿Misericordia con los que conviven en una situación irregular? Sí, pero también misericordia con la verdad, que es la forma de ser misericordioso con Dios: no se puede comulgar en pecado grave o nos tragaríamos nuestra propia condenación y porque estaríamos ofendiendo a Dios que es más importante, aún, que el hermano. Segundo, porque, rebajando la doctrina, pervertimos a nuestro querido hermano en la fe con el que debemos ser… misericordiosos. Volvamos a la polaca Faustina Kowalska: muchas veces, quienes reclaman lo antinatural es porque no logran soportar la mera visión del bien: el malvado no soporta la visión misma del bien… ni la visión del bueno: sólo verle da grima, asegura la Escritura. Por eso, el malvado de hoy, cuando se disfraz de bueno, confunde la misericordia con la persona y la misericordia con los hechos. No sabe odiar el pecado y amar al pecador. Sucede cuando alguien dijo que la religión era el opio del pueblo y acabó convirtiendo al opio en la religión del pueblo: siglo XIX. Hoy, en el siglo XXI: somos misericordiosos con el planeta e inmisericordes con el hombre. Y esto, también dentro de la Iglesia, no fuera. En cualquier caso, la persecución cristófoba y cristianófoba, así como la inversión moral que supone la blasfemia contra el Espíritu Santo (llamar bien al mal y mal al bien) convierte el distingo entre la persona y el acto, entre el pecador y el pecado, en la cuestión clave de la moral actual. O lo que es lo mismo: en el problema clave de la actualidad. Pero Cristo no ha resucitado para jugar al empate: su victoria sobre la muerte ha sido tan rotunda como las del Real Oviedo (ejem, ejem) cuando vence rotundamente, lo que suele suceder algún que otra vez a lo largo del siglo. Cristo ha vencido a la muerte por sí mismo, porque quien creó la vida de la nada también puede regresar de la muerte a la vida… y hacer regresar a quien le venga en gana. Otrosí: la victoria no se regala. La victoria del Domingo de Resurrección pasó ante por la odisea del Viernes Santo. La victoria exige coraje y el reconocimiento de que la valentía no es una virtud sino, como recordara Clive Staples Lewis, es cualquier virtud "en su punto de prueba". Quería decir que una virtud que cede ante la amenaza no es tal virtud. En resumen, en épocas de muerte -y de resurrección- la valentía y la coherencia se convierten en las claves del cristianismo. Por eso, porque una virtud que cede ante el miedo no es virtud ni es coherencia. Pero, dicho esto, un cristiano pesimista, es una contradicción tan grande como un varón feminista o un cura progre. Y cundo falta el valor, ya saben: acudir a Santa María, como recordaba Juan de la Encina (1469-1529): A quien Ella da osadía, no teme ningún temor, y si tiene algún dolor se le vuelve en alegría. La historia viva de la resurrección directa de Cristo y de la resurrección del hombre… por delegación. Eulogio López eulogio@hispanidad.com