- Nadie entiende cómo es posible que Felipe Benjumea endeudara la energética como la endeudó, sin contar con el favor de tantos.
- En Sevilla, el ambiente es de linchamiento contra la familia: los trabajadores se temen lo peor y no cobrar sus nóminas.
- Además, la crisis de Abengoa pone en entredicho a todo el sector de las energías renovables.
- La banca acreedora plantea nuevas garantías para no arriesgar más y rebaja a 300 millones las necesidades de liquidez.
La crisis de
Abengoa, en concurso de acreedores, pone en evidencia, sobre todo, que la familia que ha ejercido de
accionista de control en esa empresa -o sea, los
Benjumea, con el 57%- ha gozado de un trato de favor exquisito por parte de los gobiernos de turno, tanto el español como el andaluz. No sólo de los políticos, en suma, y otras instancias del poder como
Zarzuela... sino de todos aquellos que no han querido ver la interminable cadena de errores -o de favores- en la gestión de la empresa sevillana.
Sólo durante la última etapa, en la parte final de la gestión de
Miguel Sebastián y con la reforma energética de
José Mauel Soria, se ha puesto algo de orden en las generosas
primas a las energías renovables. Y ese orden -necesario para corregir el déficit de tarifa- ha cortado el paso, paradójicamente, a Abengoa. Por eso, la crisis de la energética, pone en entredicho a todas renovables.
Isolux es un ejemplo ilustrativo.
La crisis de Abengoa es el resultado, como nunca nos cansaremos de reiterar, de su excesivo
apalancamiento financiero. Con más o menos variantes en el tiempo, esa ha sido la
bomba de relojería que portaba. Esa deuda, que crecía y crecía, era impagable con las cifras de negocio de Abengoa. Lo hubiera sido con generosas subvenciones y rentabilidades garantizadas, pero se cortó ese grifo y a Benjumea, una huida hacia adelante, le dio lo mismo.
Ahora bien, ¿por qué nadie detuvo esa
locura del gestor, fuera o dentro del Consejo de Administración? Esa es la pregunta en la mente de todos. La han formulado así, con esa crudeza, los
accionistas minoritarios que han quedado atrapados "en un fraude en toda regla". Son unos 50.000 los afectados.
"Nadie nos avisó de que la empresa estaba a un metro del precipicio", se han quejado, con razón.
"El enfermo se sometía a revisiones periódicas y parecía que se mantenía estable. La cosa cambia, cuando de pronto te enteras que el enfermo padecía un cáncer terminal". Con esas palabras resumió
Javier Cremades, presidente de
Aemec (Asociación Española de Accionistas Minoritarios), la situación de Abengoa.
Es la misma indignación y perplejidad que recorre las calles de
Sevilla, donde tiene su sede central Abengoa, y más en concreto en el centro de trabajo de
Palmas Altas, por los recortes de empleo que se avecinan. Y es que no saben, por no saber, ni si van a cobrar la próxima nómina.
El ajuste afectará a más de 3.000 trabajadores, y aunque todo indica que será especialmente dramático en
Brasil, nadie despeja las dudas de lo que sucederá con los más de 7.500 empleados en España, sobre todo en Andalucía.
Dicho de otro modo, en Palmas Altas o en Sevilla el clima contra la familia Abengoa es de linchamiento. Especialmente contra
Felipe Benjumea (
en la imagen), el último de la saga hasta que los bancos decidieron prescindir de sus
servicios. Con Felipe, la empresa fundada en 1941 ha pasado en un mes del esplendor de ser una multinacional con presencia en 80 países al espejo de un fracaso en toda regla.
No sólo eso. En el clamor popular de indignación pesan lo suyo, además, las millonarias indemnizaciones que se han llevado Benjumea (11,5 millones) o
Manuel Sánchez Ortega (4,5 millones), consejero delegado hasta junio y que fichó tras su salida con el fondo de inversión
Blackrock, la gestora que tomó después "fuertes posiciones bajistas" sobre Abengoa. ¿Cómo es posible tener tanto
rostro?
Se comprende que en Sevilla bramen.
Pero aunque el
malhacer pone el foco en Felipe Benjumea y su "proceso de
alocamiento" -con esas palabras lo calificó Javier Cremades-, el proceso arroja sombras sobre todas las partes que han mirado hacia otro:
administradores,
auditores,
supervisores (CNMV) y
legisladores. La reacción en todos los casos ha sido tardía o, sencillamente, aún no ha llegado.
La
banca acreedora, mientras tanto, negocia la reestructuración de una deuda financiera que la empresa sitúa en 8.900 millones, con un pasivo de 25.000 millones. Pero eso no basta. Hay que saber de qué tipo de deuda estamos hablando y a qué vencimiento.
El Santander parece el único dispuesto a salvar al grupo. Lidera el
steeting committee (comité ejecutivo) para negociar, es el más receptivo a las consignas del Gobierno para una solución y está dispuesto, incluso, a buscar un socio industrial… o un equipo gestor.
Pero nadie sabe realmente a cuánto asciende el
quebranto. Está en ello la auditoria
KPMG. Los propios acreedores sostienen que la situación real del endeudamiento puede estar entre 20.000 y 30.000 millones de euros. No hay que olvidar la posición de los bonistas, con
vencimientos de deuda problemáticos, y la de los
proveedores, a los que se deben más de 4.000 millones.
El viernes de la semana pasada, Abengoa expuso a los bancos acreedores que necesita una inyección de
liquidez de entre 400 y 450 millones para hacer frente a los pagos operativos y a las nóminas. Este lunes hemos sabido que la banca ha reducido a 300 millones esas necesidades y que no abrirá ese grifo si Abengoa no aporta garantías.
En plata,
lo que los bancos temen es que Abengoa tampoco les pague el dinero que dice necesitar para ir sobreviviendo estos cuatro meses de preconcurso. El miércoles de esta semana se vuelve a reunir y ahí se verán de nuevo las caras, con avances por parte de
KPMG.
Acudirán al encuentro los representantes de las partes, acompañados por los asesores que han contratado:
Lazard y Cortés Abogados, por Abengoa, y
KPMG y Uría Menéndez, por parte de los bancos.
Rafael Esparza
rafael@hispanidad.com