El arranque del film es tremendamente romántico al plantear cómo la joven periodista descubre unas esquelas que incluyen mensajes de amor que un hombre manda anualmente a su enamorada, fallecida décadas atrás, y a la que nunca ha olvidado. Los flash-back nos trasladan a ese verano inolvidable.

Si bien el triángulo amoroso está bien defendido por las actuaciones de Javier Rey, Blanca Suárez y Pablo Molinero, en lo que derrapa el argumento es en que parece destinado a ser una película para exportar, tanto por la imagen que ofrece de los andaluces  que, parece, sólo piensan en bailar y cantar como porque, en algunos momentos, realiza una especie publirreportaje de las preciosas bodegas de González Byaas, una de las más prestigiosas en jerez español, en cuyas variadas y vistosas estancias se ha filmado parte de la película. También es cuestionable la historia de amor que tiene lugar en el presente, porque ni está bien justificada en imágenes ni la joven pareja posee ninguna química. Ni siquiera actúan correctamente.

Inspirándose en películas como Los puentes de Madison, de Clint Eastwood, el cineasta español Carlos Sedes ha pretendido narrar una historia en dos tiempos que plantea la imprevisibilidad de la vida, y de las relaciones amorosas, si entra por sorpresa alguien que rompe el equilibrio. Hasta seis guionistas, Ramón Campos, Gema R. Neira, David Orea, Salvador S. Molina, Javier Chacártegui, han intentado llevar a buen puerto la historia, con momentos de dramatismo que nunca logran emocionar.

Lo mejor, como ocurre en tantas ocasiones en el cine español, es el trabajo de los técnicos que se aprecia en la fotografía, obra de Jacobo Martínez, que sabe sacar provecho a la belleza del campo andaluz, mientras resulta muy imaginativa la recreación de esa bodega vanguardista, de la que se sentiría orgulloso cualquier primer espada de la arquitectura.

Para: los que les gusten las Historias de amor, sean como sean.