Precioso drama familiar que habla de educación, de inteligencia pero, sobre todo, de amor. Chris Evans, muy conocido por su encarnación del superhéroe Capitán América, cambia de registro al interpretar a un hombre soltero que cría a Mary, su sobrina, en un pueblo costero de Florida. La pequeña es una niña prodigio que lleva una vida normal hasta que se descubren públicamente sus altas capacidades en el campo de las matemáticas. Entonces entra en escena su abuela, una mujer acaudalada de Boston, que se empeña en separar a su propio hijo de su nieta. Se iniciará entonces un complicado pleito  para decidir quién debe tener la custodia de la menor. De este agradable  melodrama que, si son sentimentales, les hará soltar alguna lágrima,  se agradecen dos cosas:  la química que traspasa la pantalla entre  Chris Evans y la pequeña Mckenna Grace y que nunca cae en la sensiblería, a pesar de contar en su desarrollo con escenas muy emotivas. La película, al igual que cualquier proceso de adopción, plantea algo lógico que a veces se olvida: lo importante es el niño, no la necesidad de satisfacer el deseo de ser padres o de  triunfar a través de los hijos.  En este caso, desde el primer momento queda nítido que la diferencia entre los dos familiares en litigio estriba en que mientras una quiere proyectar su ambición profesional en su  nieta, el tío solo pretende  que la niña sea feliz. Porque, aunque parezca obvio, los niños superdotados no lo tienen fácil. Para: Los que les gusten los dramas bien narrados y con poso Juana Samanes