Esta comedia amarga, plagada de personajes patéticos, constituye uno de esos largometrajes extraños cuyo contenido se presta a varias interpretaciones. Lo paradójico es que el protagonista es el divertido, y normalmente actor de películas facilonas, Jack Black. Daniel fue en el instituto un auténtico perdedor, lo que le ha convertido en un hombre frustrado a pesar de tener una mujer que le quiere y dos hijos encantadores (algo que no valora). Ese desencanto le lleva a que, mientras prepara una fiesta de antiguos alumnos, se empeñe en demostrar al resto de sus ex compañeros que en su madurez es un individuo "guay". Por ello concentra todos sus esfuerzos en convencer para que acuda al evento al que fue el líder de la clase, Oliver Lawless (ahora actor de anuncios publicitarios). Para ello no dudará en volar a Los Angeles, engañando a su paternal jefe, y pasar una noche loca con Lawless en la que Daniel traspasará sus límites morales… El peligro que supone admirar ídolos de barro, la falta de personalidad, el "puñetero" éxito (el salir en tv no implica ser un triunfador) o la inmadurez son algunos asuntos abordados en esta película que no es la tópica sobre reuniones de alumnos. De hecho, sobre ella planea un aire viciado por el conflicto que plantea la escena clave de la película, que deja un regusto amargo… Quizás porque nada hay más triste que contemplar a una persona que se deja  arrastrar por otra debido a una mal entendida admiración. Para: Los que les gusten las películas muy confusas Juana Samanes