Segunda novela de la “Trilogía del Baztán”, escrita por Dolores Redondo, llevada al cine tras El Guardian invisible. La escritora vasca que vive en Cintruénigo, un pueblo navarro de la Ribera (al sur de la provincia) se asemeja en esta novela a Dan Brown desde el momento en que falsea datos para, se supone, redondear más sus relatos o, como dice un popular refrán periodístico: “no dejes que la verdad te arruine una buena noticia”.

Como en la primera entrega, la inspectora Amaia Salazar tendrá que afrontar una investigación donde volverá a aparecer su terrorífica madre, de tal forma que nuevamente secretos relevantes del pasado volverán a salir a la luz.

El cineasta González Molina sabe dotar de buen ritmo sus películas y tiene maestría para resolver escenas vistosas como ocurre en la secuencia de la inundación del pueblo. Pero, si adaptas una novela que es un “totum revolutum” de difícil digestión, donde magia, morbosidad, presuntas leyendas ancestrales e, incluso, un siniestro sacerdote del Opus Dei tienen hueco, cinematográficamente no puede hacerse un buen film.

Con respecto a las claras falsedades que acomete la directora, que conoce perfectamente el asunto al vivir en Navarra. Los sacerdotes del Opus Dei desde el momento que se ordenan raramente, por no decir nunca, se dedican a la carrera que estudiaron, se limitan a ejercer su labor pastoral, de ahí que “cruja” que el que encarne Imanol Arias dedique su tiempo a la psiquiatría. Y otra más, la Clínica Universitaria de Pamplona tiene una planta dedicada a esa especialidad, pero es más un centro de día, y de internamiento temporal, que un lugar preparado para recluir a pacientes peligrosos.

Para: los que se traguen todo tipo de sapos si la película es entretenida.