La cumbre escarlata supone todo un homenaje a los romances góticos tan habituales en el cine de los años 50 y 60, al mezclar un tenebroso cuento de fantasmas con un melodrama de época. Guillermo del Toro y su coguionista habitual, Matthew Robbins, han confesado que escribieron este inquietante relato inspirándose en novelas como Cumbres borrascosas, de Anne Brontë; Grandes esperanzas, de Charles Dickens; Rebecca, de Daphne du Maurier, y El castillo de Dragonwick, de Anya Seton. A lo que añadiríamos que, cinematográficamente, han tomado elementos de películas clásicas de Hitchcock (la siniestra hermana del protagonista  es un calco de la temible ama de llaves de Rebeca) mientras que la estética recuerda los filmes de terror realizados por los estudios británicos Hammer. Su argumento nos presenta a Edith Cushing, una joven aspirante a escritora, hija de un acaudalado empresario de Búfalo, que se comunica con espíritus desde la infancia. Su vida cambia tras enamorarse de un misterioso noble inglés, Thomas Sharpe, que llega a Estados Unidos, acompañado de su bella pero enigmática hermana, con el objetivo de buscar financiación para un proyecto que puede salvar su ruinosa hacienda. Cuando el padre de Edith muere en extrañas circunstancias, se casan y el matrimonio se establece en Inglaterra en la inquietante mansión familiar de Allerdalle Hall, escondida entre montes, y de  terreno arcilloso, de ahí que popularmente sea conocida por los lugareños como "La cumbre escarlata"… Precisamente, la magnífica puesta en escena del diseñador de producción Thomas E. Sanders y del  decorador Shane Vieau es lo más sobresaliente de esta producción, debido a que en su argumento introduce demasiados hilos que no terminan de desarrollarse totalmente y se quedan a mitad de camino: desde las inquietudes literarias de la protagonista hasta las dotes de Sherlock Holmes del amigo oftalmólogo enamorado de ella desde la infancia… Para: Los aficionados a los relatos de terror góticos Juana Samanes