Esta novela de Dan Brown llevada al cine, tercera tras El código Da Vinci y Ángeles y demonios, es más de lo mismo: un filme de suspense confuso, rozando la parodia, con datos muchas veces erróneos pero defendidos como si fueran auténticos. En esta ocasión, la trama se aleja de los personajes eclesiásticos para centrarse en el peligro de las corporaciones secretas o de los filántropos (en este apartado el filme se desmarca de la novela donde Bill Gates es alabado hasta extremos inconcebibles). Un millonario genio de la biología llamado Bertrand Zobrist, defensor de las teorías malthusianas sobre que la población crece más deprisa que los recursos para alimentarla, decide tomarse la justicia por su propia mano y expandir una pandemia que tiene como objetivo acabar con casi toda la humanidad. Menos mal que para hacer frente a este plan maléfico se encuentra todo un héroe: el profesor de Harvard, Robert Langdon, quien, a pesar de sufrir una pérdida de memoria causada por un atentado,  viajará por todo el mundo, muy bien acompañado por una atractiva doctora, para intentar encontrar y aislar ese virus letal que diezmará y cambiará el planeta. Para llegar al lugar adecuado seguirá una serie de pistas y claves tomando como punto de partida la simbología presente en la obra clásica La Divina Comedia, del poeta italiano  Dante Alighieri, y las ilustraciones realizadas sobre el infierno plasmadas por el pintor Sandro Boticelli. La estructura narrativa se repite: al profesor Langdon se le presenta un gran reto, lleno de enigmas y acertijos, que no puede resolver en su despacho sino corriendo y siendo perseguido por peligrosos individuos  por diversos lugares del planeta  (normalmente enclaves maravillosos) mientras descubre toda clase de conspiraciones. Suele estar acompañado de una colega femenina que no es simplemente lo que aparenta. En Inferno resulta especialmente embrollado todo lo concerniente a una organización secreta dedicada a realizar operativos de simulación a nivel internacional que ha protegido a Zobrist frente a la Organización Mundial de la Salud, que quiso pararle los pies. También en esta trama, llena de situaciones inverosímiles, resulta más que sorprendente que Langdon entre y salga de museos con una facilidad pasmosa y "tome prestado" objetos artísticos como si fuera la cosa más sencilla del mundo. Lo que acaba resultando un auténtico despiporre. No obstante, como hablamos de una película con un alto presupuesto (se barajan los 75 millones de dólares) todo  está narrado  en imágenes con una factura visual atractiva y un ritmo ágil, pero lo que falla es lo fundamental: el guión, que es de muy escasa calidad. Para: Los que crean que Dan Brown es un buen escritor y que sus novelas no están pobladas de errores Juana Samanes