El realismo fue el objetivo más perseguido por el director David Ayer al rodar  esta película bélica con toque clásico.

Abril, año 1945. En los últimos coletazos de la Segunda Guerra Mundial, Hitler se niega a rendirse y ordena a los ciudadanos alemanes el estado de guerra total mientras los aliados penetran en el país.  En ese peligroso escenario, Don Collier (Brad Pitt), un  sargento de artillería apelado "Wardaddy", se encuentra al mando de un tanque Sherman, El Fury, y  de los cinco hombres que componen su dotación, en una misión mortal detrás de las líneas enemigas. Por si la misión no fuera lo suficientemente peligrosa lleva a cuestas a un soldado novato y tiene como reto enfrentarse a un enemigo con mayor número de tropas y  mejor armamento…

Como ocurría en las clásicas  películas de John Ford, el director David Ayer humaniza a sus personajes y los convierte en camaradas justo cuando se encuentran en su estado más vulnerable. Más aún, Collier, el personaje que interpreta Pitt, establece una relación casi de padre con ese soldado, joven e ingenuo, al que  tiene que enseñarle  que, para sobrevivir,  tiene que cambiar de actitud, hacerse más belicoso. Pero ellos no son  los únicos personajes bien descritos en la trama, también tiene recorrido el que encarna Shia  LaBeouf, apelado "Biblia", un hombre que iba para predicador y que intentar conciliar ser cristiano con pelear y matar en una guerra. Esa dualidad obligada propicia diálogos trascendentes a lo largo de la película.

No podemos afirmar que Corazones de acero sea una película originalísima (argumentalmente tiene elementos que hemos visto en películas anteriores), no obstante, el toque clásico que recorre toda la película se constata porque el director, a pesar de ser un largometraje donde se muestra el horror de la guerra, deja abierta una puerta a la esperanza debido a la categoría moral de unos hombres que luchaban por una causa y donde el valor y el sacrificio eran moneda de cambio.

Para: Los que les gusten los filmes bélicos clásicos