Un juez militar es destinado a una pequeña población gala para juzgar a un hombre, condecorado por sus acciones en el frente, acusado de un delito del que no se retracta. Fuera del cuartel donde se haya recluido permanece su perro, que no deja de gruñir, mientras en el campo una joven campesina, enamorada de él, espera impaciente que salga libre.

Realizada para coincidir su estreno con el centenario de la finalización de la Primera Guerra Mundial, aunque en España se ha quedado para comienzos de este nuevo año 2019, este bonito relato está ambientado en las postrimerías de esa gran guerra. Uno de los directores más veteranos en activo, el galo Jean Becker (nacido en 1933), vuelve a demostrar por qué sus películas son de culto entre los amantes del cine clásico. Alguno de sus títulos más recordados son La fortuna de vivir o Conversaciones con mi jardinero.

Canto a la fidelidad, humana y “perruna”, con unos argumentos antibelicistas que convencen sobre la crueldad de cualquier guerra y el, en principio, sinsentido de tener que matar a otros seres humanos. La película está escrita por el propio director y por Jean-Christophe Rufin, el escritor del best seller homónimo en el cual se basa. No obstante, la película parece cien por cien de Becker desde el momento en que es un canto al hombre de la calle, una mirada totalmente benevolente al ser humano; no solo por sus grandezas, sino disculpando sus mezquindades. Aunque, en este drama, abundan los personajes bondadosos: desde el jefe de los gendarmes locales, la novia del acusado o el propio juez militar, hastiado de tantas muertes ocasionadas por la guerra.
Otra característica del lenguaje cinematográfico de Becker es su mesura, en sus diálogos nunca sobra nada, cada palabra es la correcta mientras, técnicamente, en su forma de filmar no hay un plano incorrecto, la cámara siempre parece estar colocada en el sitio adecuado.

Para: los que como el propio director sigan creyendo en el género humano