En España no se concibe una comedia de humor elegante, y, aunque Hasta que la boda nos separe partía de un punto nada descabellado, retratar a jóvenes treintañeros, inmaduros y alérgicos al compromiso, que más por una razón social que por convicción propia se creen obligados a casarse, la resolución en imágenes no es la más adecuada.

Marina es una treintañera que se gana la vida organizando bodas por razones pecuniarias, que no románticas. A diferencia de sus clientes, ella prefiere una vida sin ataduras, hasta que una noche conoce a Carlos, un ligue más de una noche más para ella y un momento de debilidad para él. Porque Carlos tiene una novia, Alexia, quien, cuando descubre la tarjeta de visita de la organizadora entre las cosas de su chico, lo interpreta como una propuesta de matrimonio y dice que sí de inmediato.

A pesar de que cada día pasan por la vicaria menos parejas, el que podríamos denominar “género de bodas” sigue funcionando de maravilla en el cine. Dani de la Orden (El mejor verano de mi vida)  se suma  a la lista de directores que creen que por poner en boca de sus actores comentarios groseros o situaciones escatológicas, propias de comedias gamberras, eso va a provocar la carcajada. Por el contrario, si lo consigue cuando juega con gags de humor negro, como toda la escena con un fallecido, o en el simpático y agorero diálogo que este mismo personaje mantiene con un niño en un avión.

Los actores del reparto están bien, encabezados por Belén Cuesta y Alex García.

Para: los que vean todas las comedias españolas.