• Miedo a la muerte: materialismo práctico o auto-servilismo del bienestar.
  • El materialismo práctico ha personalizado el cerebro.
  • Curiosa estupidez: porque el cerebro no piensa.
  • Y la vida buena consiste en elevar el hambre a filosofía del bienestar. ¡Toma ya!
  • El miedo a la muerte ha disparado el terror a la inseguridad y a la enfermedad.
  • Como resultado de ambas cosas -ni consuelo divino ni consuelos materiales- el hombre se ha convertido en un pobre infeliz sobre el planeta tierra.
  • Auto-esclavitud: todo lo que te gusta, o es delito o produce colesterol.
Número 27 del Suplemento Buena Vida, de El País, que mucho me temo nos da la guía de la peor y más alienante de las existencias, de la mala vida: la que se guía por el culto al cuerpo. Le llaman el Suplemento del Bienestar de El País, lo cual también resulta muy significativo y un pelín anticristiano. Significa que no se ha entendido aquello de que la alegría es un árbol que tiene sus raíces en forma de cruz. O sencillamente olvidar que la alegría es mucho más que sentirse a gusto y que la felicidad es mucho más que el bienestar. Pero es igual, la idea madre del editorial se resume en su título: "¿Quiere un cerebro joven? Y dice cosas interesantes. Por ejemplo, nos comunica que para tener un cerebro joven Facebook no ayuda, así como que los correos electrónicos disminuyen el coeficiente intelectual. En efecto, Facebook no ayuda a ser más listo y los 'emilios' no creo que hagan más inteligente, aunque aún nadie haya logrado definir qué es la inteligencia. Pero el problema no está ahí. El problema estriba en que se personaliza el cerebro. Les 'psicoanalizo' el asunto: han rechazado a Dios (recuerde, no hay ateos, sólo idólatras) y entonces necesitan un motor inmóvil al que atenerse, so riesgo de sentir lo que antes llamábamos el vértigo metafísico, una sensación profundamente desagradable. Pueden creerlo. Par entendernos: el cerebro no piensa. Es el canal por donde se vehicula el pensamiento material en el cuerpo material, pero un canal no es el agua que circula por él. Si no, sáquele a un fulano su cerebro y rodéenlo de todo el aparato neuronal que le rodea más un robot: probablemente no funciona pero si funciona no será ese fulano. Pero los chicos de la salud y la seguridad se empeñan en que sí. Ahora bien, sustituir al alma por el cerebro al demiurgo universal por Cristo, no resulta, se lo aseguro, muy consolador. Y aunque entronicemos el cerebro humano llamándole neurociencia, al final descubrimos que lo que hay que cambiar no es el cerebro, sino el alma, y que cambiar el alma no resulta tan sencillo, campeones. Y como derivada de toda la necedad anterior, disfrazada de ciencia, llega el culto al cuerpo, elevado al rango de religión (idolátrica, por supuesto). Hay que cuidar la salud y la seguridad a toda costa, y entonces es cuando nos esclavizamos a nosotros mismos, con dietas y disciplinas (ríanse ustedes de las mortificaciones de los monjes de clausura). Insisto: los médicos no nos han alargado la vida, sino la vejez. La auto-esclavitud del culto al cuerpo, en dietas, médicos y aptitudes, además de un elemento muy, muy, estúpido degenera en quisicosas tales como la que presenta el suplemento Buena Vida al que me estoy refiriendo. Ojo al dato: "la cantidad de fibra que contiene un alimento, y el tamaño de la razón, pueden compensar su volumen de azúcar y almidones de rápida absorción, convirtiéndolo en más saludable", nos asegura Buena Vida, de la factoría PRISA. Esta científica declaración para vivir mejor, significa dos cosas:
  1. Que aquí hay mucho pedante: porque traducido, lo que quiere decir eso es lo siguiente: "No comas tanto, tragón".
  2. Que debes ir por la vida armado de medidores de glucosa, de los kilos, además de un químico experto en las calorías, de qué productos ingieres. Y todo ello bajo el consabido principio moral de la nueva generación del culto al cuerpo: todo lo que te gusta, o es pecado o produce colesterol. Y como esa nueva generación de idiotas en la que nos hemos convertido no cree en el pecado, habrá que concluir: todo lo que te gusta es delito o produce colesterol.
Y todo esto lo resumía perfectamente aquella bellísima y gran actriz -tenía sentido común- que fue Gene Tierney (en la imagen) cuando le preguntaron qué recuerdos tenía sobre los años pasados en Hollywood: "El hambre que pasé", respondió. Ya saben, para lucir hay que sufrir, pero las bellezas de Hollywood, la de antes, no se habían metido a intelectuales y, por tanto, sabían que para lucir hay que sufrir, pero no elevaban el hambre a filosofía de vida, sólo sentían el malestar por la gazuza. Al fondo, la idea madre de todo lo anterior es ese terror a la muerte, que nos inunda como una miasma viscosa. Distingamos siempre entre el miedo a morir y miedo a la muerte. Un cristiano siente el primero, el miedo a morir, como cualquier otro: la separación de los seres queridos, el dolor de la asfixia, el gran salto… Al hecho de morir sí es lógico temerlo, pero al concepto de la muerte, al menos un cristiano, convencido de que pasa una vida mejor, no puede tenerle miedo alguno. Es decir, que el culto al cuerpo constituye lo más anticristiano y blasfemo que puede imaginarse. Además de esclavizar al catecúmeno como ninguna religión podría oprimirle. Pero ya saben: sarna con gusto no pica. A lo mejor todo se solucionaría con más abandono en las manos de Dios, más confianza en Cristo y menos preocupación por lo que comemos y por la estabilidad psíquica de nuestro cerebro. Y de esto último no se preocupen ustedes mucho: estamos todos como cencerros. Pero, al menos, no nos esclavicemos a nosotros mismos en la estupidez. Eulogio López eulogio@hispanidad.com