El Tribunal Constitucional ha decidido que demasiadas bajas laborales en poco tiempo, aunque estén justificadas, pueden ser causa de despido.

Y se ha armado la mundial, pues los sindicatos se han rasgado las vestiduras. Aseguran que el TC sitúa la eficiencia laboral por encima de la salud de los trabajadores, algo grave, sin duda.

Desde que la palabra “derechos” se ha apoderado de neutro vocabulario, un buen número -pongamos unas decenas de miles- de argumentaciones se han decantado por la idiocia. Hemos saboreado tanto nuestros ‘derechos’ que ahora el concepto ya no significa nada y sirve para poco.

La política laboral más justa tiene tres patas: despido libre, impuestos bajos, salarios dignos

La sentencia del TC es una quisicosa que no va al fondo de la cuestión, sólo lo alude.

Si hablamos de bajas laborales, el problema no el uso sino el abuso. Trabajadores vagos que se inventan bajas laborales aprovechando que tienen un médico amigo, para enlazar abstinencias y no dar palo al agua, poniendo en un brete al empresario… y a sus propios compañeros.

Así que los sindicatos pueden rasgarse las vestiduras pero eso es exactamente lo que ocurre. Muchas veces, en materia de bajas laborales, el trabajador no es la víctima sino el verdugo. La víctima habitual es el empresario.

La constante alusión a los derechos interminables de todos -y todas- ha degradado el concepto: ahora ya no significa nada

Quizás, una de las excepciones sea la maternidad, lo que nos lleva a repetir lo de siempre: la mujer no está marginada: la que está marginada es la madre.

En cualquier caso, en tiempo preelectoral, y aunque los partidos políticos sólo hablen de Franco y de Cataluña, conviene hablar de política laboral. La más justa, la sostenida en tres patas: despido libre, impuestos laborales bajos, salarios dignos. Pero nadie se atreve a ponerlo en marcha aunque saben que es el único camino hacia el pleno empleo.