Voy con retraso, pero el 28 de enero era Santo Tomás de Aquino. Un tipo al que mucha gente considera la mente más prodigiosa que haya existido. A lo mejor es cierto, porque el Aquinate nos enseñó, sobre todo, a distinguir entre el bien y el mal; y resulta que el hombre se considera un ser racional por eso, por su capacidad para realizar juicios morales.  

Dos libros acerca de Tomasín, como la calificaba Chesterton, aconsejo vivamente. El primero es el Catecismo de la Suma Teológica, de Thomas Pègues y Eudaldo Forment, editado por Homolegens. El otro es la biografía de Tomasín, por el precitado Chesterton. Aunque no se lo crean, fue con esa biografía cuando entendí el quehacer de los mercados financieros, verdadero flagelo de nuestro tiempo.

Y tampoco es de extrañar. Recuerden que Étienne Gilson, el gran tomista del siglo XX, tras leer la biografía ‘ligera’ de don Gilbert, exclamó: “Chesterton me desespera. 40 años estudiando al Aquinate y no había reparado en lo que él ha reparado”.

Muchos profes de Historia de la Filosofía comienzan hoy sus clases por Kant. Es natural, a fin de cuentas, la mente más poderosa del universo fue un hijo de la Edad Media, tiempo de tinieblas y oscuridad… como todo el mundo sabe.