La pareja formada por Pablo Iglesias e Irene Montero deberían darse cuenta de que si despiertan tantas fobias y tan pocas filias es por la antigua sentencia: quien a hierro mata a hierro muere.

Que no deja de ser, por cierto, un remedo del guerracivilismo. En España habíamos olvidado la guerra civil hasta que llegó Zapatero, un prodigio de memoria histórica, que fue, justamente, cuando mi suegra comenzó a hablar de aquella monja novicia que fue violada por milicianos en su convento y que ya nunca más volvió a decir palabra. Ante de ZP, mi suegra, como toda España, de ambos bandos, había decidido perdonar y olvidar.

Las historias del odio de 1936 y 1939 habían desaparecido de la España conciliada hasta que Zapatero, en nombre la democracia, decidió resucitar el rencor, un precioso alumbramiento que Pedro Sánchez ha llevado a su apogeo cuando perpetró el memorial de Francisco Largo Caballero e introdujo a los neocomunistas de Podemos, a Pablo e Irene en su Gobierno. Pero el Lenin Español introdujo a los comunistas cuando ya había estallado la Guerra Civil, no antes.

En cualquier caso, ahora con la parejita Iglesias-Montero vamos derechitos al enfrentamiento civil. Hemos empezado por el caos y los malos modales, las malas formas siempre llegan antes que el mal fondo.

Yo me meto en la cama con quien me da la gana. Cuestión de formas o por qué las ministras no deben comer con los dedos

Ayer, la ministra de Igualdad aseguró, en sede parlamentaria, en el Senado, aquello de que “yo me meto en la cama con quien me da la gana”, finísima afirmación, propia de una señora bien formada.

Del “Jo tía”, que revela su esmerada educación, hemos pasado al yo me acuesto con quien me peta y el siguiente paso no se lo cuento para dar libertad a su imaginación.

Pero la explicación de lo que le ocurre a la atacada pareja de Galapagar es sencilla: quien a hierro mata a hierro muere. Y el problema no es ese, porque todos sabemos que ambos comen con los dedos. Lo grave, de verdad es que ya hemos entrado en el enfrentamiento civil  y que si no hemos entrado en guerra civil abierta es porque los españoles ya no calzamos alpargatas sino mocasines y esto de coger el fusil da mucha pereza.

Eso sí, aunque no llegamos a las trincheras, el resentimiento está a flor de piel en la España de 2020 y el sabor a caos emana desde Moncloa hasta el último pueblo de España. Y recuerden: el caos no es creativo siempre acaba a palos. Sobre todo cuando a ese caos se ha llegado por el rencor.