Lamentan los obispos norteamericanos, con el titular de los Ángeles, monseñor José Gómez, al frente, que el Tribunal Supremo USA acepte que el sexo no es biológico. Por que claro, ¿cómo nacieron los miembros del tribunal? ¿Y les pidió alguien permiso para nacer altos o bajos, rubios o morenos… varones o mujeres? Por lo demás, si el sexo no es biología, ¿qué puñetas es la biología y qué es biológico?

¿Quienes son los nuestros?

El siglo XXI fue predicho por Chesterton dos años atrás, cuando aseguraba que “llegará un momento en el que tengamos que demostrar que la hierba es verde”.

Porque claro, si el sexo no es biológico: ¿cómo nacieron los jueces del Tribunal Supremo? ¿Asexuados? Y a la Iglesia no le disgusta la sentencia en sí, porque se trataba de una posible discriminación respecto a un trabajador gay pero sí le preocupa, y a cualquier con sentido común también, que aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid se asegure que el sexo no es una realidad que no viene dada, sino que cada cual fabrica a su antojo. Pues se trata de antojos costosos.

A todo esto, menos mal que el Tribunal Supremo norteamericano era un nido de fascistas desde la entrada del candidato de Donald Trump, de famoso, muy a su pesar, Brett Kavanaugh. A lo peor se nos ha vuelto progre.

Habrá que preguntarse aquello de ¿quiénes son los nuestros?

En conclusión, el sexo es biología, el género es ideología. El sexo es objetivo, el género subjetivo. Y es mejor juzgar, y legislar, sobre hechos que sobre ideologías. Aunque las ideologías son importantísimas.