• "En el fondo queremos anunciar a Jesús pero primero encontrarnos con la gente".
  • Cuando un monasterio se abre al mundo sus miembros acaban siempre ahí: en el mundo.
  • No caigamos en extremismos: amar a Dios un poquito está bien, pero las  24 horas del día parece talibanismo.
Los que nos echamos novia navarra hace un par de siglos, cuando éramos jóvenes, sabíamos que, indubitablemente, antes o después, te iba a tocar visitar el monasterio de una tía monja de tu media naranja futura esposa. Y no pasa nada: lo único que temías es que fuera antes que después. Porque hombre, para un joven lo más deseable no es una jornada rodeada de monjas con toca. Recuerdo que me tocó una moda de monasterio sin el encanto de la piedra y con unas monjas destocadas. Como el caso de que ahora nos ocuparemos, estaban tan abiertas a la gente que ahora mismo queda la décima parte. El 90% de las religiosas restantes están con la gente. Y es que cuando un monasterio se abre al mundo sus miembros acaban siempre ahí: en el mundo. Así que cuando me he echado a los ojos la crónica de El Confidencial Digital, la historia sobre la madre Irene, carmelita de la sección moderada (o sea, laxa) de las carmelitas descalzas de La Granja de Segovia, la nostalgia ha invadido este viejo corazón. Sor Irene es calificada por el escribano como monja revolucionaria, aunque yo la llamaría reaccionaria: quiere volver a los años sesenta y setenta. Mismamente, a la susodicha época en la que se vaciaron los conventos. No lo duden: doña Irene hará lo propio en la Granja de San Ildefonso, provincia de Segovia. Su idea central irrumpe en la biografía y en la historia como un cornetín de modernidad clerical. Ojo al dato: "En el fondo queremos anunciar a Jesús pero primero es encontrarnos con la gente". O sea, todo muy teresiano: recuerda el sólo Dios basta". Pero sobre todo, oiga sor Irene: si de encontrar a la gente se trata, ¿por qué no monta un club de debate en la Gran Vía? Y sí, ya sabemos que en el fondo se trata de anunciar a Jesús. Y es tal en el fondo que se puede anunciar a Jesús sin necesidad de mantener un trato constante con Él. No caigamos en extremismos: amar a Dios un poquito está bien, pero las  24 horas del día parece talibanismo. Recuerden el consejo de la madre del piloto: tú, ante todo, hijo mío, vuela bajo y despacio. La segunda perla de nuestra Sor, es decir, la segunda idea-fuerza, consiste en la sutilísima distinción entre clausura y contemplación. Ahí va nuestra Irene: "Hay que actualizar el término clausura. Somos contemplativas", demostración científica de dos hechos incontrovertibles: 1.- Que la contemplación no es posible en la vida de clausura. 2.- Que a Sor Irene le gusta darse un paseíto de vez en cuando. Para  contemplar la granja y eso. Eulogio López eulogio@hispanidad.com