Este lunes 18 de mayo hará un siglo que nació Karol Wojtyla, el hombre que transformó el mundo moderno. Mundo atribulado, más que ningún otro momento histórico. Wojtyla trasformó la política (acabó con el comunismo) pero sobre todo, detuvo un caballo desbocado que corría enloquecido hacia el abismo.

Insisto, con San Juan Pablo II se cumplió la profecía de Gilbert Chesterton ya agonizante, cuando aseguraba que “ya todo está claro entre la luz y la oscuridad y cada cual debe elegir”. Don Gilbert lo dijo en 1936 pero sólo hasta entrado el siglo XXI, y gracias a profuso magisterio de Wojtyla, las cosas volvieron a estar claras… para todos.

Por decirlo de modo rápido: Juan Pablo II borró nuestras excusas y acabó con nuestra confusión. Mejoró sensiblemente el estado mental de la humanidad. Aclaró los conceptos del bien y el mal, la verdad y la mentira y hasta lo bello y lo feo, pero la elección es de cada cual.

Benedicto XVI resume a San Juan Pablo II en un solo concepto: Misericordia. No es mal resumen

Benedicto XVI resume a San Juan Pablo II en un solo concepto: misericordia. No es mal resumen. Todo lo que Wojtyla hizo al resucitar a su compatriota, Faustina Kowalska, describe su alma mejor que otra cosa. Pero yo no soy el insigne Ratzinger sino un periodista cagatintas (como aseguraba Carlos Menem). Por tanto, me atengo al hecho -hecho filosófico, más real que los semáforos- de que el titular de Wojtyla es este: “El hombre que nos privó de nuestras excusas para elegir entre la luz y la oscuridad”. Y con ello, nos preparó para la gran tribulación y el nuevo mundo subsiguiente, que no es otro que este mismo mundo… sensiblemente mejorado.

Una vida realmente grandiosa.