Recientemente, me he topado con dos casos reales de personas de más de 90 años que, en el momento de su muerte, se niegan a confesarse (en uno de los casos, a bautizarse). Lo que me lleva a aquel capellán de hospital que me recordaba que sí, que había conocido casos de personas que se arrepentían en el momento de su muerte, pero que también había visto morir blasfemando.

Pero parece que aumentan los casos de los no arrepentidos. Por cierto, estoy en desacuerdo contigo, admirada Irene Villa: el perdón es la fuerza más poderosa del universo, ciertamente, pero no cambia el mundo si no viene precedida por el arrepentimiento del ofensor.

El perdón del ofendido constituye la fuerza más poderosa del universo, pero no es nada sin su prefacio: el arrepentimiento

Quizás hemos llegado a la cita evangélica: cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?

Discrepo con mi admirada Irene Villa, cuando asegura que el perdón es la fuerza más poderosa del mundo. Quizás lo es, pero el perdón no cambiará el mundo si no va acompañado de su prefacio: el arrepentimiento

Cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?

Ante la cita con la muerte eran muchos los que antes se arrepentían: si el porcentaje empieza a reducirse, entonces disiparía todas mis dudas: estaríamos ante un fin de ciclo, marcado por la desesperación de la mayoría. Sería el avance final de la desesperación del hombre. Y en algo parecido a eso debe consistir el fin de la historia y la II Venida de Cristo.

Porque la historia no depende de cómo se vive, sino de cómo se muere.