• La existencia del alma es demostrable… precisamente porque la muerte comienza con la existencia.
  • Si lo espiritual no existiera, tampoco existiría la memoria… ni la identidad.
  • Si no existiera el alma, yo podría haberme convertido… en Carles Puigdemont. Y eso sería terrible.
  • Pasemos a la vida: el ideal de la Santidad comienza en la conversión.
  • Y el problema de esos últimos tiempos es que, muchas veces, el hombre no sabe qué es la conversión.
  • O lo que es peor: se ha inhabilitado para la conversión.
Aunque muchas televisiones, reinas de la información, para nuestro mal, se empeñen en lo contrario, hoy, 1 de noviembre, no festejamos el día de los muertos sino el día de Todos los Santos, esos seres que sí existen y que ven cara a cara al Padre Eterno, un espectáculo que, al parecer, no sólo resulta regocijante, sino el anhelo, reconocido o no, de toda inteligencia racional. Hoy festejamos el ideal del hombre que no es otro que el "ser perfectos como Vuestro Padre Celestial es perfecto". El ideal de la santidad (nada que ver con la Sanidad, se lo aseguro) empieza en la conversión. Ahora bien, es como si el hombre del siglo XXI se hubiera inhabilitado para la conversión, como si ya no supiera qué cosa es ni cómo debe convertirse a Cristo. Una pista puede ser que la conversión significa confiar en Jesús de Nazaret. En cualquier caso, lo que obsesiona al mundo actual es la muerte, esa separación de lo material o inmaterial que existe en el hombre. Veamos, desde que existe, en forma de cigoto, bastante antes de nacer, el ser humano, con su código genético individuado, distinto del padre y de la madre, empieza a morir. Las células de un bebé, es decir, la materia de un bebé, se renueva en su totalidad (sí, también las neuronas o al menos, la composición química de las mismas) en un plazo de siete meses. En un adulto, en un plazo de siete años. Es decir, que Juan Español, a sus 40 años, no tiene nada que ver con el niño que fue Juan Español a los 10 años. Sin embargo, se trata del mismo hombre, él tiene sus recuerdos de la infancia y su mismo carné de identidad. Es el mismo, aunque toda su composición material haya muerto. Claro que es el mismo de siempre: como que mantiene su mismo espíritu, que no ha muerto ni morirá jamás, la misma parte inmaterial, la que no se renueva, a lo largo de toda su existencia. Su materia ha cambiado ergo, si sólo fuera materia, el debería haber cambiado, ser otro… o haberse consumido. Si sólo existiera la materia, incluso el pollo que Juan Español comió ayer le habría convertido en pollo, pero no es así. Hasta aquí la demostración científica, química -que es la parte menos valiosa de la ciencia experimental-, de que el espíritu existe y de que aun espíritu, por mucha tirria que le tengamos, no le podemos matar: es eterno. Se mata la materia cuando se la disgrega, al modo en que un separatista catalán disgrega España. Pero no es posible disgregar el espíritu, que no tiene partes. El espíritu mejora o empeora, pero no cambia. Esto es lo que celebramos los cristianos mañana jueves, día de difuntos: que somos eternos, como lo son nuestros muertos, porque al Espíritu no se lo puede matar. Y la demostración es que yo, Eulogio López, sigo siendo el mismo Eulogio López de hace 50 años, aunque mi materia se ha renovado de forma total y ahora debería ser, por ejemplo Carlos Puigdemont (¡No por favor…!). El hombre de la Sábana Santa (ver imagen), con ese negativo en positivo que tanto sorprendió al fotógrafo Secondo Pía, es el icono mas perfecto que conozco para explicar la materia y el espíritu, la muerte y la resurrección de la materia y el espíritu que no puede morir. Pero no sólo le ocurrió a ese hombre de la Sábana Santa que la ciencia dice que pudo ser, muy probable, Jesús de Nazaret. Nos ocurre a todos… aunque nuestro cadáver no lo fotografíe Secondo Pía. En el día de Todos los Santos, víspera de Todos los difuntos, a 1 de noviembre del año de Gracia de Nuestro Señor, de 2017. Eulogio López eulogio@hispanidad.com