Lo puede ver cualquier madrileño: Monasterio de la Visitación de Santa María en la céntrica calle de Santa Engracia, número 20. Allí continúan, todavía hoy, una veintena de religiosas de clausura de la orden de San Francisco de Sales. La iglesia, abierta al culto diariamente, tiene un altar en el ala izquierda, donde reposan los restos de las siete religiosas asesinadas por los republicanos en el homicida ambiente creado por la muy democrática II República. Sus nombres, porque los mártires no son personajes, son personas, y tienen nombre, son: Gabriela de Hinojosa, Teresa Cavestany, Josefa Barrera, Ángela Olaizola, Engracia Lecuona, Inés Zudaire y Cecilia Cendoya.

Eran las siete que se quedaron en el monasterio cuando estalla el movimiento (el golpe de Estado de Francisco Franco, si lo prefieren). Un retén de guardia, porque ya estaban amenazadas desde 1931, con el estallido de la II República, cuando varias monjas de la comunidad fueron trasladadas al norte.

A las siete monjas de la Visitación las mataron milicianos socialistas

El caso es que también el retén de guardia tuvo que refugiarse en un piso de la cercana calle de Manuel Cortina. Allí es donde unas criadas les delatan y, al poco, las monjas son detenidas por los milicianos. Entonces, se santiguan y es cuando se oye una voz que grita:

-Matarlas aquí mismo. Santiguarse es desafiar (hoy diríamos provocar).

Las tres normas de un católico para sobrevivir en España: no hables, no evangelices, no pretendas hacer carrera

No las mataron allí mismo (por cierto, qué bien sabían aquellos vecinos delatores lo que les iban a hacer a las monjas aquellos servidores de la justicia social y el orden democrático) porque los asesinos de entonces eran socialistas, comunistas y separatistas (¡Qué curioso, los que ahora mismo apoyan al Gobierno Sánchez!) prefieren perpetrar sus fechorías en la oscuridad. Por eso se las llevaron a la calle López de Hoyos, entonces las afueras de Madrid. Allí las acribillaron a balazos.

Se me ha quedado grabado ese grito: santiguarse es provocar. Ergo, mereces la muerte.

Respecto a los mártires de la II República y la Guerra Civil, tenemos el deber de perdonar, pero no de ocultar

La atmósfera cultural imperante dice eso: puedes ser católico mientras guardes estos tres preceptos:

  1. Serás cristiano en el interior de tu conciencia: no se te ocurra mostrarte como tal.
  2. No se te ocurra evangelizar. Con ello, tu libertad de expresión deja de existir.
  3. No se te ocurra hacer carrera: tú no tienes derecho a ascender en tu profesión porque tu fe te convierte en un fanático y en un antidemócrata.

Porque santiguarse es provocar. O lo que es peor: es delito de odio.

Por el momento, no te matan por ser católico en España, aunque todo se andará. El odio a la fe siempre empieza como estamos ahora mismo… y termina con el derramamiento de sangre.

Al menos, no ocultemos la verdad. Porque tenemos el deber de perdonar, pero no de mentir ni de ocultar.