• Santiago Carrillo se comportó como un miserable durante la guerra civil. Ahora es celebrado como un héroe.
  • En el Anarquista indómito, José Luis  Olaizola revela la verdad sobre Carrillo a través de un anarquista que respetaba la vida.  
  • La TV se ha convertido en una grandísima manipulación disfrazada de objetividad.
  • Es una grandísima manipulación: muestra lo que le interesa, de forma objetiva, y oculta lo demás.
  • El modernismo es inmoral, el postmodernismo es algo peor: es amoral. 
Melchor Rodríguez era un anarquista que trató de evitar la tendencia a ensañarse con los encarcelados, una tendencia que apenas podía reprimir un tal Santiago Carrillo. Ahora, la historia la ha contado José Luis Olaizola (en la imagen) en un libro que merece la pena leer para desmontar toda la historia oficial sobre Carrillo y compañía. Porque en la guerra también hay leyes y también moralidad e inmoralidad. Al mismo tiempo, contemplo en la tele un reportaje de corte modernista sobre el Partido Comunista y la transición política española. Modernista significa que el autor no juzga, muestra. En principio eso suena muy bien pero lo único que demuestra son los dos elementos 1.- Que el autor no piensa, dado que pensar supone emitir juicios de valor, lo que antes de que dejáramos de creer en la verdad llamábamos conclusiones. 2.- Que el autor manipula un montón, porque la manipulación nunca consiste en expresar lo que uno piensa o concluye, por muy estrafalario que parezca, sino inducir al prójimo a que concluya lo mismo que tú a costa de mostrarle lo que interesa y negarle lo que no procede. No se manipula con la opinión sino con la interesada dosificación de la información. Ahora esto sí, ahora esto no. Así, se mostraba un Carrillo que cede la bandera republicana y la forma de Estado republicana para aceptar la bicolor y el Rey de España, Juan Carlos I. Y se mostraba otra cosa más: que los jóvenes comunistas son más radicales que Carillo, de la misma manera que Carrillo mató a muchos durante la República y Guerra Civil y cuando envejeció se convirtió en hombre de reconciliación entre las dos Españas. El motivo era el mismo: en los años 30 y en los años ochenta: mantenerse en el poder y en el podio. Mismo objetivo, distinta técnica. Además, RTVE exhalaba una imagen de Carillo, hombre de paz, con palabras del interesado explicándonos que él no era el demonio (es cierto, en tal caso sería uno de sus servidores) mientras trataba, en plena transición de reescribir la historia. En lugar de reconocer los errores. La historia la escriben los vencedores, pero sólo mientras ocupan ese papel. Luego, tampoco la escriben los vencidos. Por lo general, la escriben los sectarios.  Y, finalmente, a la vuelta de un siglo, muertas las pasiones de los nietos, logramos conocer la verdad. Pero no antes. Lo de Santiago Carrillo es puro modernismo. Lo de la tele de ahora mismo, posmodernismo. Lo de Carrillo es no arrepentirse de nada; lo de la tele es no concluir nada. La abolición del  perdón, la abolición del pensamiento, la abolición del hombre. El modernismo es inmoral, el postmodernismo es algo peor: es amoral. Eulogio López eulogio@hispanidad.com