• Rumiando el cristianismo de nuestros antepasados.
  • El científico es un pobre hombre: no se plantea acudir a las causas primeras.
El Grupo de Oxford pasará a la historia como el gran exponente intelectual católico de la era moderna. Su origen estuvo en el cardenal John H. Newman, pasando por Chesterton y Belloch hasta culminar con Tolkien. Algunos de ellos no necesitan presentación, pero otros autores son menos conocidos. Por ejemplo, el clérigo anglicano, convertido al catolicismo, Ronald Knox (1888-1957). Un tipo especial, dedicado a la pastoral en Oxford. Su biblia es la más utilizada, aún hoy, la más leída en Reino Unido, tanto por católicos como por anglicanos. La editorial Patmos recogió una serie de conferencias suyas a universitarios agrupadas bajo el nombre 'El torrente oculto'. Se trata de conferencias con un claro propósito proselitista. Quiere que su público crea en Dios y, de paso, que ame a Cristo. Y a tal propósito despliega todos sus conocimientos científicos, que no son pocos. Humor inglés, erudición oxoniense, hambre por las almas. Lo tiene todo y lo trata todo porque de todo entiende. Me conformaré con algunas perlas, aunque recomiendo su lectura directa, muy útil para el hombre de 2015.
  1. Actitud de algún agnóstico ante el milagro: "El que un perro se pusiese de pie y pronunciase un discurso en medio de Carfax le asombraría pero, en realidad, no le preocuparía mucho siempre que el perro no tratase temas teológicos".
Muy cierto, hay algunos agnósticos oficiales a los que parece, como aseguran los polacos, que Dios ha bajado a la tierra para comunicarles, de forma expresa y tajante, que no existe. En plata, que aceptan la existencia de lo sobrenatural, por ejemplo, el milagro, pero no aceptan a Cristo. Ciencia y fe: "considerar la magia como una antepasada de la religión es mala antropología. Sería más exacto decir que la magia es la antepasada de la ciencia… La función del científico, como la del mago, consiste, primero en descubrir las causas de las cosas y luego en evitar sus efectos". Pero no se confundan con Knox: "todos conocemos ateos que son buenas personas, Pero todos sabemos que están, por decirlo así, rumiando ese cristianismo en que creyeron sus antepasados. Viven sobre un código de costumbres cristianas, aunque no lo reconocen". Volvamos al científico, el tipo más prestigioso de nuestra bobalicona civilización del XXI: "Un hombre de ciencia del siglo XIII; como Newton todavía recibía el hombre de filósofo. La palabra científico no se inventó hasta 1840. Se inventó para bautizar a un tipo de individuo que se contentaba con leer en el libro de la naturaleza a la luz del experimento, sin preocuparse de las causas primeras". O sea, el científico era lo que es: un hombre muy poco profundo. Sólo se ocupa de la materia y ni aún en ese campo tiene mucho que hacer: siempre le desborda. Las causas profundas, es decir, primeras, es decir, últimas, se le escapan, no por incapacidad sino porque ni tan siquiera se las plantea. ¿Y saben por qué? "Porque el nuestro es el mundo de las sombras y de las ilusiones; el sobrenatural es la realidad real, con dimensiones, por decirlo así, que el nuestro ni tan siquiera sospecha". Sí hay que releer a aquellos hombres del Grupo de Oxford. Es como si, en periodos de confusión como los actuales, comenzáramos a verlo todo claro. Eulogio López eulogio@hispanidad.com