Hace ahora 50 años el hombre pisó la luna por primera vez.  Y la mentecata cultura televisiva de ahora mismo se ha encargado de darnos la tabarra con la frase de Neil Armstrong, que siempre me pareció de metacrilato: "Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad". Suena bien pero no dice nada. 

La de Buzz Aldrin, medalla de plata en pasear por la Luna, me pareció mucho más interesante:  "magnífica desolación". En efecto, Dios preparó la tierra para el hombre, no la Luna y le dio un mandato (sobre la Tierra, no sobre la Luna), que no gusta a los del Cambio Climático: henchidla y sometedla. 

Aldrin definió la luna como desolación. A partir de ahí podemos echarle mucha literatura pero lo cierto y real es que el universo es una inmensa desolación y la luna una muesca de esa desolación deprimente, como lo es todo lugar adonde no ha llegado el hombre. 

Mucho más atinado Buzz Aldrin que Neil Armstrong: "magnífica desolación". Por lo de desolación, no por lo de magnífica

¡Ah! y algo más: el hombre no puede habitar en la desesperanza, lo que le ocurre siempre que no logra transformar la desolación en algo cálido.  Como mucho, puede visitar la desolación y hacerse el firme propósito de no regresar jamás.

Más importante que la pisada del hombre en el diminuto satélite, es que el hombre fuera visitado, 2.000 años antes, por el Creador. La gloria del Apolo XI en la luna no es nada comparada con el formidable anonadamiento de Dios en la Tierra.

Bueno, y todavía queda la segunda venida, que no es conjetura de majadero, sino eso que recitamos cada vez que rezamos el Credo: Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y a muertos...