La tirada de trastos entre el cantante británico Elton John (en la imagen) y los empresarios italianos de la moda Domenico Dolce y Stefano Gabbana es un buen punto de partida para cualquier aproximación y análisis posterior de un fenómeno como el gay, complejo de ganas, y las trampas en las que cae cuando quiere ir más allá con su dichoso homosexualismo. Se lo contábamos precisamente en parte ayer a raíz de eso, el homosexualismo, al que se pliegan en Estados Unidos multinacionales como Coca-Cola, HSBC o Disney para hacer presión con el lobby gay.

La intolerancia de los 'tolerantes' es especialmente sarcástica cuando anda por medio el todopoderoso 'lobby gay'
La intención -bastante cansina, por cierto- no es otra que un empeño subliminal para convertir en lo más normal del mundo algo que no es precisamente lo más normal del mundo. Lo más normal del mundo, salvo excepciones, es que a un hombre le guste una mujer y a una mujer, un hombre. Y lo otro, llámenle como quieran y con las variantes que quieran, es eso, excepcional. Del mismo modo que hay muchas cosas que no son lo más normal del mundo y que dejo a su imaginación. Y no por insistente y machacón que sea ese mensaje normalizador gay
-en torno al cual se ha formado un lobby extraordinariamente poderoso-, cambian las cosas. Nada contra los gays, todo contra la imposición del homosexualismo.

A uno siempre le recuerda todo esto ese dicho de "si mi abuela tuviera ruedas sería una bicicleta". Pues suele pasar que ni una abuela tiene ruedas ni es una bicicleta. Las ruedas es este caso son pura ingeniería social como el mal llamado matrimonio homosexual y otros sucedáneos que se han colado en las legislaciones occidentales, incomprensiblemente y olvidando el bien y el sentido común, para dar la vuelta a una realidad antropológica que nada tiene que ver con los deseos de un colectivo concreto. Y ya es triste de ganas tener que formar parte de un colectivo, cuando lo importante, a esos efectos, es la distinción entre piedras, plantas, animales y personas. Incluyan en personas, mujeres y hombres, todos con una serie de derechos y deberes. Los colectivos son para otras cosas, como el pádel, la gastronomía o la tauromaquia, por ejemplo.  

Lo que han venido a decir dos gays como Domenico Dolce y Stefano Gabbana es, oiga usted, que lo natural es que los niños vengan al mundo de la unión de un hombre y una mujer y que es bueno que crezcan como personas en una atmósfera familiar lo más armoniosa posible (no siempre se consigue). De ahí a lo otro -el gaymonio o eso que se dice de los distintos modelos de familia, a los que sólo cabe añadir el de con oso o sin oso- va un trecho de vértigo, que nada tiene que ver con lo natural. El lobby gay, sin embargo, está empeñadísimo en que ¡nos encante a todos lo suyo! y desde la escuela. Coñe y apuntando en esa misma dirección, se apropian de hasta los nombres. Que digo yo que con lo del matrimonio nadie tenía dudas y todos distinguíamos con claridad de qué iba la cosa cuando de eso se trataba y de la diferencia con otras cosas como el apareamiento, las parejas de hecho, el feliz concubinato o un par de adúlteros pillados in fraganti.

La reacción del otro gay, Elton John, contra una forma tan "tradicional" de ver la vida, no se ha hecho esperar. Cabreado con ese "arcaico pensamiento que está pasado de moda", el cantante entra en acción organizando un boicot contra la firma italiana. Vaya por Dios, ¿pasado de moda? "Nunca volveré a llevar Dolce&Gabbana", es lo que ha dicho Elton, como si a uno debiera importarle algo más que un comino cómo vista ese señor que salió del armario no sé cuándo. El hecho de salir del armario, en fin, allá cada cual. Lo que no deja indiferente a nadie es que ese mismo señor, que tiene una voz tan exquisita como amplia es su fortuna, diga al resto la retahíla de atrocidades que hay que hacer para dar carta de naturaleza a lo que la naturaleza le ha privado. Por ejemplo, los hijos.

"Si soy gay, no puedo tener hijos", ha dicho el diseñador Dolce, con bastante sentido común. Y a continuación, compartiendo criterio con Gabbana, ha añadido que para tenerlos sólo hay tres fórmulas: adoptarlos, lo que no le parece bien, recurrir a las técnicas de fertilización in vitro, para lo que hace falta una señora, y el uso de vientres de alquiler, todo muy natural como pueden observar. En otras palabras, Dolce se remite a explicar sólo cómo son las cosas, que es lo que Elton John se ha pasado por el arco del triunfo para tener hijos (sólo con su naturaleza no era posible). Los empresarios italianos han añadido otra idea, también interesante: los dos han crecido en familias italianas de toda la vida "formadas por una madre, un padre y un hijo" y es esa su "visión de la vida, lo que me han transmitido". Y lo agradecen. Nadie detesta algo tan natural como eso, la familia.

El fleco final en esta historia -un apéndice, sin más- es una observación sobre la intolerancia de los 'tolerantes', que no es otra cosa que la inquisición gay. Es muy fácil pedir y no dar. Los disparos de don Elton son el mejor ejemplo. Es incompresible, por las mismas razones, que se plantee la libertad de expresión para cargarse la libertad de expresión del contrario. Con esto del lobby gay pasa tres cuarto de lo mismo: ataca hasta la saciedad para hacer universal un problema particular de naturaleza sexual, y lanza a la hoguera a los suyos cuando discrepan. Elocuente. Los atacados también se defienden de estos últimos: "Veo que hay, especialmente en Internet, algunos gays homófobos: aquellos que ofenden a otros gays que expresan ideas diferentes", ha dicho Dolce. Y añadan a eso los posteriores improperios contra Elton John. Le han llamado de todo: fascista, iluminado, ignorante… Ya les decía al principio que el fenómeno gay es complejo de ganas. 

Rafael Esparza

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