Están muy preocupados mis queridos colegas tertulianos así como los conductores televisivos por la lacerante crispación que reina en la vida política española y que tuvo un reflejo contundente en la sesión de ayer en el Congreso.

Quizás porque en el país del melodrama nadie renuncia a la puesta en escena.

¡Y a mi que me gusta esto de la crispación política! A fin de cuentas, si para algo sirve la clase política es para divertirnos un rato a los votantes.

Por otra parte, siempre es el Gobierno el que habla de crispación de la oposición y la oposición la que provoca al Gobierno. Ocurre que en el Gobierno de España, una novedad que no ocurría desde septiembre del 39, han entrado los comunistas y el primer mandamiento de un buen rojo es acusar al prójimo de sus propios defectos. Por eso es el vicepresidente el principal provocador de todo el hemiciclo. Este chico, además, no ha sido educado en colegio de pago.

Me apunto a la crispación. Los políticos son peligrosos cuando redactan el BOE, cuando se pegan son muy divertidos

Por lo demás, chillar o injuriar es a lo que se dedica Pablo Iglesias pero no me parece lo peor. Es más, siempre me ha parecido mucho más peligroso, y más miserable, Pedro que Pablo. Me explico: la maratoniana sesión del Congreso del pasado miércoles mostró a un presidente del Gobierno más cursi que un repollo con lazo rojo. No dejaba de hablar de “procesos de odio”, al igual que su discutido ministro Marlaska. La derecha odia, mientras la izquierda pide concordia, entendimiento: “No me odies, fascista, o tendré que meterte la cárcel por delito de odio”. Pura tolerancia.

Pero todavía hay algo que cabrea más del cursilísimo Pedro Sánchez: la impunidad y la caradura. Le ocurre lo mismo que con los indepes catalanes, quienes presumen de pacifistas. Es decir, que se dedican a tocar las narices hasta que alguien estalla… y entonces es cuando el pacifista le llama violento al injuriado.

Por lo demás, el espectáculo del Congreso resultó divertido y gratificante.